EDUCACIÓN EN IGUALDAD, Y DESDE LA IGUALDAD
¿Cuántos personajes históricos femeninos recuerdan haber estudiado en su etapa escolar?
Un estudio realizado por la Universitat de València ha rastreado la presencia de referentes femeninos en todas las asignaturas de 1º a 4º de ESO. Un total de 115 manuales de tres editoriales distintas. Los resultados, demoledores: las mujeres mencionadas suponen apenas el 12,8% del total. Escritoras, científicas, filósofas, músicas, historiadoras, pintoras... han hecho aportaciones a las humanidades y al conocimiento científico técnico de todos los tiempos, por lo tanto, cabe preguntarse: ¿dónde están las mujeres? Sencillamente, no están, salvo algunas excepciones. Nos han enseñado un relato histórico sesgado e incompleto, y por lo tanto falto de rigor en el que las mujeres no sólo son excluidas y silenciadas, sino presentadas como seres inferiores porque “ese era el orden natural de las cosas”.
Estudiamos las civilizaciones de Grecia y Roma en las que surge el concepto de democracia, pero sólo, claro está, para los hombres. Platón daba las gracias por no haber nacido mujer; Aristóteles consideraba a las mujeres inferiores a los hombres por naturaleza; Rousseau y Kant negaban para las mujeres el derecho de ciudadanía por las mismas razones, y Nietzsche no se cansaba de menospreciar a las mujeres: “Los hombres deben ser adiestrados para la guerra y las mujeres para el recreo de los guerreros. Toda otra cosa es tontería”.
Y esta idea, de superioridad masculina, es la que prevalece mayoritariamente en toda la historia de la filosofía occidental. Y para qué hablar del cristianismo. Dios representado siempre en la figura de un hombre, se reencarna en su hijo, un hombre, que se rodea para predicar el evangelio de doce apóstoles, todos hombres. Sólo una mujer, María Magdalena.
Que además es puta, o eso nos han contado.
El Medievo supuso para la mujer, entre otras cosas, el cinturón de castidad o el derecho de pernada. La Inquisición se encargó de aniquilar a cualquier mujer librepensadora con acusaciones de brujería. Y se llegó a debatir –entre hombres- si la mujer poseía o no, alma.
La Revolución Francesa nos dejaría la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Literalmente. La escritora Olympe de Gouges reclamaría la igualdad de la mujer tras la revolución y acabaría en la guillotina.
Las democracias modernas surgidas durante el siglo XIX serían excluyentes con las mujeres, que tuvieron que esperar cien años más para conseguir su derecho al voto; derecho que se les era negado reiteradamente por la “debilidad de su naturaleza”, que sin embargo, no era tal, cuando se trataba de ser explotadas en las fábricas, en las minas, en el campo o en los prostíbulos.
La educación es un pilar fundamental en la difusión de conocimientos y en la creación de identidades personales y sociales. No se trata de reescribir la Historia; se trata de contarla en su totalidad. Son muchos siglos interiorizando que las relaciones entre niños y niñas, entre mujeres y hombres son producto de la naturaleza, y no de la educación. Por ello, si combatimos la desigualdad sexual, estamos combatiendo el resto de desigualdades sociales, pero no lo podemos hacer invisibilizando a una parte. No existe una historia sin mujeres.
Dice Rosa Montero que hay una historia que no está en la historia y que sólo se puede rescatar escuchando el susurro de las mujeres. Escuchemos. Educación en igualdad, y desde la igualdad.
Carme Santamaría
Secretària d´Igualtat PSPV-PSOE CEM Castelló.
¿Cuántos personajes históricos femeninos recuerdan haber estudiado en su etapa escolar?
Un estudio realizado por la Universitat de València ha rastreado la presencia de referentes femeninos en todas las asignaturas de 1º a 4º de ESO. Un total de 115 manuales de tres editoriales distintas. Los resultados, demoledores: las mujeres mencionadas suponen apenas el 12,8% del total. Escritoras, científicas, filósofas, músicas, historiadoras, pintoras... han hecho aportaciones a las humanidades y al conocimiento científico técnico de todos los tiempos, por lo tanto, cabe preguntarse: ¿dónde están las mujeres? Sencillamente, no están, salvo algunas excepciones. Nos han enseñado un relato histórico sesgado e incompleto, y por lo tanto falto de rigor en el que las mujeres no sólo son excluidas y silenciadas, sino presentadas como seres inferiores porque “ese era el orden natural de las cosas”.
Estudiamos las civilizaciones de Grecia y Roma en las que surge el concepto de democracia, pero sólo, claro está, para los hombres. Platón daba las gracias por no haber nacido mujer; Aristóteles consideraba a las mujeres inferiores a los hombres por naturaleza; Rousseau y Kant negaban para las mujeres el derecho de ciudadanía por las mismas razones, y Nietzsche no se cansaba de menospreciar a las mujeres: “Los hombres deben ser adiestrados para la guerra y las mujeres para el recreo de los guerreros. Toda otra cosa es tontería”.
Y esta idea, de superioridad masculina, es la que prevalece mayoritariamente en toda la historia de la filosofía occidental. Y para qué hablar del cristianismo. Dios representado siempre en la figura de un hombre, se reencarna en su hijo, un hombre, que se rodea para predicar el evangelio de doce apóstoles, todos hombres. Sólo una mujer, María Magdalena.
Que además es puta, o eso nos han contado.
El Medievo supuso para la mujer, entre otras cosas, el cinturón de castidad o el derecho de pernada. La Inquisición se encargó de aniquilar a cualquier mujer librepensadora con acusaciones de brujería. Y se llegó a debatir –entre hombres- si la mujer poseía o no, alma.
La Revolución Francesa nos dejaría la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Literalmente. La escritora Olympe de Gouges reclamaría la igualdad de la mujer tras la revolución y acabaría en la guillotina.
Las democracias modernas surgidas durante el siglo XIX serían excluyentes con las mujeres, que tuvieron que esperar cien años más para conseguir su derecho al voto; derecho que se les era negado reiteradamente por la “debilidad de su naturaleza”, que sin embargo, no era tal, cuando se trataba de ser explotadas en las fábricas, en las minas, en el campo o en los prostíbulos.
La educación es un pilar fundamental en la difusión de conocimientos y en la creación de identidades personales y sociales. No se trata de reescribir la Historia; se trata de contarla en su totalidad. Son muchos siglos interiorizando que las relaciones entre niños y niñas, entre mujeres y hombres son producto de la naturaleza, y no de la educación. Por ello, si combatimos la desigualdad sexual, estamos combatiendo el resto de desigualdades sociales, pero no lo podemos hacer invisibilizando a una parte. No existe una historia sin mujeres.
Dice Rosa Montero que hay una historia que no está en la historia y que sólo se puede rescatar escuchando el susurro de las mujeres. Escuchemos. Educación en igualdad, y desde la igualdad.
Carme Santamaría
Secretària d´Igualtat PSPV-PSOE CEM Castelló.




















