Terapia IKEA
Mi vida como erizo
Decíamos ayer... que como estarà la cosa que lo primero que compré al llegar a España fue un libro de autoayuda, de esos de arreglarte la cebolla para no volverte loco con la que está cayendo, en lugar de comprar un jamón, una botella de tinto, una caña de lomo o una barra de pan, que parece que no pero se echa en falta, que yo creo que Juanito Valderrama en El Emigrante no volvía pa ver morir a su madre, que volvía la comerse un bocata de chorizo como el sombrero de un picador.
Pero en lugar de cualquier delicatessen tipical espanish voy y me agencio un libro cuyo título, así traducido al español antiguo viene a decir algo como tienes en la cabeza mas tonterías que el armario de un indio, así que espabila porque te va a ir como en feria si esperas que venga alguien te solucione las broncas que tienes en el melón.
Así de gordo es el shock y lo saben hasta en la China comunista, con decirles que a la azafata de Air France le dio tanta pena cuando se enteró de que yo era español que al bajar del avión me dio una bolsa de plástico con las sobras de la cena, embolicado para llevar, lo que me llevó a pensar, mare como estará la cosa de malita, que hasta los gabachos, con lo cabrones que son, nos tienen penilla. Claro, ellos encima se vienen arriba porque han tenido unos años a Carla Bruni de primera dama, que quieras que no alegra mucho un telediario verla a ella, de visita por aquí, inaugurando una escuela, en lugar de ver a Esperanza Aguirre haciéndose un simpa con los municipales.
Y lo compré con toda la intención, a la vista de los signos, que ya se veía venir la cosa, que salí del avión con el chaleco salvavidas puesto por miedo a aquello de que España se hunde.
Con la crisis la autoayuda se ha convertido en el equivalente onanístico de una terapia de las de toda la vida, de esas que un tipo con barba y acento argentino te hacía preguntas sobre si tu madre te dio el pecho y todo eso. Ahora no, ahora como hay crisis y no hay un céntimo para gastar en tonterías no nos podemos hacer las flores de Bach, ni las de Bethoveen, ni las de Enrique y Ana, así que tenemos que sanar de la cabeza rollo Ikea, hágalo usted mismo, y así nos va.
Encima, el último refugio del psicoanálisis masculino, la barra del bar, parece que también la hemos perdido para siempre. Antes estabas deprimido o tenias un problema y lo arregladas sentándose en la barra del bar de costumbre, donde ya conocen de que pie cojeas, y pedias un copazo, por aquello de "para olvidar". Entonces era cuando te dada conversación el camarero, esos camareros profesionales de toda la vida y antes de que te dieras cuenta, estabas medio piripi hablando de la final de la Champions.
Ahora, con la locura que ha invadido al país, y sobre todo al sector de bares y garitos, si te sientas en la barra con cara de que se te ha muerto el canario igual viene un barman de estos modernos y te come la bola para que te pidas un gintonic con esencias herbales y nitrógeno liquido, que te quedas igual con depresión y encima con la sensación de que te van clavar un dineral por un gintonic de los que hace tu cuñado, pero que te deja un sabor de boca que parece que te hayas comido el prado del abuelo de Heidi, con cabras y todo.
La trampa de la autoayuda es que siempre acabas teniendo la culpa de todo, como si volvieras a la escuela. Es como tener setenta hermanos mayores, que te señalan en cuanto se rompe un plato, y a pagarla pocarropa.
Con las terapias habituales, los remedios tradicionales o los traídos de civilizaciones milenarias te podías escaquear, porque el terapeuta si te veía dudar del tratamiento te podía decir "es que tienes los chacras desalineados", "tu madre ejerció una relación castrante, por eso eres un calzonazos" o al menos aquello tan castizo de "te han echado mal de ojo por que te tienen envidia" y decías aliviado "lo sabía", porque quien no sueña con que los demás le tienen envidia, aunque su vida sea una mierda y tenga la misma emoción que ver derretirse dos cubitos de agua. Pues eso con la autoayuda no vale.
Aquí, resumiendo, el que la ha cagado eres tu y desde la primera pagina ya te dicen "hazle como quieras o como puedas, pero este marrón te lo vas a comer tu solo, así que te doy trescientas páginas para que te hagas a la idea, pero de que te lo comes, te lo comes".
Y así empieza una somanta de palos psicológica que en el capitulo uno te dice, "todo lo que va mal en tu vida te lo has hecho tu solito", toma ya, y sigue en el capitulo dos "todo lo que creías que te iba mal en tu vida está peor de lo que tu te piensas" y el capitulo tres ni te cuento "todo lo que creías que te iba bien, también está mal" y así a lo largo de doce aplastantes capítulos que te dejan peor de lo que estabas, sin ganas de vivir, deprimido y pensando que con los diez lauros del maldito libro te hubieras cascado unas cervezas para olvidar tus problemas, porque para entender lo inútil que eres eso te lo podría haber dicho tu madre, y lo mejor de todo, ¡gratis!.
Decíamos ayer... que como estarà la cosa que lo primero que compré al llegar a España fue un libro de autoayuda, de esos de arreglarte la cebolla para no volverte loco con la que está cayendo, en lugar de comprar un jamón, una botella de tinto, una caña de lomo o una barra de pan, que parece que no pero se echa en falta, que yo creo que Juanito Valderrama en El Emigrante no volvía pa ver morir a su madre, que volvía la comerse un bocata de chorizo como el sombrero de un picador.
Pero en lugar de cualquier delicatessen tipical espanish voy y me agencio un libro cuyo título, así traducido al español antiguo viene a decir algo como tienes en la cabeza mas tonterías que el armario de un indio, así que espabila porque te va a ir como en feria si esperas que venga alguien te solucione las broncas que tienes en el melón.
Así de gordo es el shock y lo saben hasta en la China comunista, con decirles que a la azafata de Air France le dio tanta pena cuando se enteró de que yo era español que al bajar del avión me dio una bolsa de plástico con las sobras de la cena, embolicado para llevar, lo que me llevó a pensar, mare como estará la cosa de malita, que hasta los gabachos, con lo cabrones que son, nos tienen penilla. Claro, ellos encima se vienen arriba porque han tenido unos años a Carla Bruni de primera dama, que quieras que no alegra mucho un telediario verla a ella, de visita por aquí, inaugurando una escuela, en lugar de ver a Esperanza Aguirre haciéndose un simpa con los municipales.
Y lo compré con toda la intención, a la vista de los signos, que ya se veía venir la cosa, que salí del avión con el chaleco salvavidas puesto por miedo a aquello de que España se hunde.
Con la crisis la autoayuda se ha convertido en el equivalente onanístico de una terapia de las de toda la vida, de esas que un tipo con barba y acento argentino te hacía preguntas sobre si tu madre te dio el pecho y todo eso. Ahora no, ahora como hay crisis y no hay un céntimo para gastar en tonterías no nos podemos hacer las flores de Bach, ni las de Bethoveen, ni las de Enrique y Ana, así que tenemos que sanar de la cabeza rollo Ikea, hágalo usted mismo, y así nos va.
Encima, el último refugio del psicoanálisis masculino, la barra del bar, parece que también la hemos perdido para siempre. Antes estabas deprimido o tenias un problema y lo arregladas sentándose en la barra del bar de costumbre, donde ya conocen de que pie cojeas, y pedias un copazo, por aquello de "para olvidar". Entonces era cuando te dada conversación el camarero, esos camareros profesionales de toda la vida y antes de que te dieras cuenta, estabas medio piripi hablando de la final de la Champions.
Ahora, con la locura que ha invadido al país, y sobre todo al sector de bares y garitos, si te sientas en la barra con cara de que se te ha muerto el canario igual viene un barman de estos modernos y te come la bola para que te pidas un gintonic con esencias herbales y nitrógeno liquido, que te quedas igual con depresión y encima con la sensación de que te van clavar un dineral por un gintonic de los que hace tu cuñado, pero que te deja un sabor de boca que parece que te hayas comido el prado del abuelo de Heidi, con cabras y todo.
La trampa de la autoayuda es que siempre acabas teniendo la culpa de todo, como si volvieras a la escuela. Es como tener setenta hermanos mayores, que te señalan en cuanto se rompe un plato, y a pagarla pocarropa.
Con las terapias habituales, los remedios tradicionales o los traídos de civilizaciones milenarias te podías escaquear, porque el terapeuta si te veía dudar del tratamiento te podía decir "es que tienes los chacras desalineados", "tu madre ejerció una relación castrante, por eso eres un calzonazos" o al menos aquello tan castizo de "te han echado mal de ojo por que te tienen envidia" y decías aliviado "lo sabía", porque quien no sueña con que los demás le tienen envidia, aunque su vida sea una mierda y tenga la misma emoción que ver derretirse dos cubitos de agua. Pues eso con la autoayuda no vale.
Aquí, resumiendo, el que la ha cagado eres tu y desde la primera pagina ya te dicen "hazle como quieras o como puedas, pero este marrón te lo vas a comer tu solo, así que te doy trescientas páginas para que te hagas a la idea, pero de que te lo comes, te lo comes".
Y así empieza una somanta de palos psicológica que en el capitulo uno te dice, "todo lo que va mal en tu vida te lo has hecho tu solito", toma ya, y sigue en el capitulo dos "todo lo que creías que te iba mal en tu vida está peor de lo que tu te piensas" y el capitulo tres ni te cuento "todo lo que creías que te iba bien, también está mal" y así a lo largo de doce aplastantes capítulos que te dejan peor de lo que estabas, sin ganas de vivir, deprimido y pensando que con los diez lauros del maldito libro te hubieras cascado unas cervezas para olvidar tus problemas, porque para entender lo inútil que eres eso te lo podría haber dicho tu madre, y lo mejor de todo, ¡gratis!.




















