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Comunidad7
Lunes, 01 de Abril de 2019
Teatro

La obra Derivas de Raúl Valles pone a una sociedad culpable ante el espejo de las desapariciones

Teatro Bárbaro pone en escena el texto del investigador y dramaturgo chihuahuense, bajo la dirección de Luis Bizarro

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Teatro Bárbaro describe Derivas como un juego de espejos, como metateatro, una obra dentro del proceso de gestación de una obra. Es cierto, es un espejo, uno que nos devuelve el reflejo de una verdad demasiado incómoda para aceptarla como cierta y no perder la cordura.

 

La obra escrita por el dramaturgo e investigador teatral Raúl Valles disecciona la parte más sórdida de los sentimientos del espectador, nos pone frente a nuestro propio morbo por las tragedias ajenas, los detalles escatológicos, los tabloides que consumimos por millones diariamente, de los que destila dolor y sufrimiento convertido en espectáculo travestido de información.

 

El texto es crudo, brutal, incómodo y provocador, con el ritmo lento, esa pausa interminable del silencio, del dolor, de la espera agónica, nos priva de nuestro deseo más íntimo e inconfesable, de nuestra sed de desgracias, nos introduce en una escatología de los sentimientos, nos pone en la piel de las familias que buscan a sus hijas sin descanso, durante largos años, sin saber si están vivas o muertas, o ambas cosas, en una atroz –por acertada- aplicación de la paradoja de Schrödinger.

 

Derivas alza la voz con sonoros silencios, preguntas incómodas. ¿Por qué, si todos somos conscientes de que las mujeres no desaparecen por las buenas, no hacemos nada? ¿Por qué si todos sabemos que las hacen desaparecer, alguien lo hace, no se volatilizan y desaparecen sin más, no hacemos nada? ¿Por qué, si todos lo sabemos, la sociedad no hace nada para evitarlo?

 

El texto de Valles cuestiona reiteradamente a Dios, a esa presencia omnipotente, su pasividad ante tanto sufrimiento, busca en él las respuestas a un dolor innecesario, que no conduce a la salvación por el martirio, que genera una espiral de dolor interminable sin que se pueda encontrar más consuelo que un silencio desesperanzador. Dios tampoco tiene respuestas a las preguntas, más allá de la resignación y la fe.

 

Las actrices, en un trabajo lleno de intensidad dramática, se desapegan de todo sentimiento bajo la dirección de Luis Bizarro, trasladando las emociones, las sensaciones y las inquietudes al patio de butacas, a un público que permanece bajo juicio en todo momento, siendo atiborrado de sentimientos que pensaban le eran ajenos, pero que descubre a medida que avanza la obra. No es un trabajo de actuación, es una acusación de la mirada. En el proceso, el espectador pasa de ser público a ser el acusado.

 

Porque la dualidad del teatro dentro del teatro lleva a una continua ruptura de la cuarta pared, que es más un juicio que una comunicación con el espectador, una ruptura que se hace con la mirada, miradas que acusan, que incomodan. El trabajo de Rosa Peña, Yaundé Santana, Fátima Iseck, Jessica Verdugo, Valeria Ivonne y Héctor “Magnum” García, es más que destacable, incidiendo más en lo que hacen sentir que en lo que representan sentir. Las emociones en esta obra cambian de lado.

 

Derivas, de Raúl Valles, no es una historia, no narra unos hechos, nos deja excitados por el olor a sangre, que adivinamos desde la lectura de la sinopsis, pero no nos deja culminar nuestra íntima perversión morbosa, no satisface la sed de conocer los detalles más escabrosos, más íntimos, saber cómo han muerto, que les han hecho a esas mujeres. Nos deja con una frustración que no podemos reconocer que existe, porque nos enfrenta a la peor versión de todos nosotros.

 

Es una brutal sesión de terapia grupal a toda una sociedad enferma, doliente, que llora lo suyo y sonríe cómplice con el mal ajeno. Algo habrán hecho. Porque la culpa es también una parte fundamental del montaje. La culpa propia y la culpabilidad de la víctima, se culpa a la mujer por sentir su propia libertad, por disfrutar de su sexualidad y su sensualidad, por ser mujer, cuando el mero hecho de serlo puede ser una condena a muerte. Los verdugos reprochan a las víctimas sentirse mujeres, ser independientes o gozar de su cuerpo de la manera que quieran. Porque el pecado recae en Eva, Adán puede hacer lo que quiera sin ser marcado con la letra escarlata.

 

Mediante el silencio, la reiteración y un ritmo de aplastante lentitud el proceso sigue hasta la catarsis, siempre las mismas preguntas, siempre las mismas respuestas, los mismos ladridos. Los mismos silencios.

 

Derivas no es una historia, al menos no una completa, es una colección de momentos, de sentimientos, es una sensación que conmueve, es ponernos en la piel de la otra, de la desaparecida, de sus madres, siempre las madres, que las buscan.

 

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