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Gloria Bosch Roig
Miércoles, 02 de Septiembre de 2020

El negacionista siempre negará ser un negacionista

Internet y las redes son un mercado de creencias que compiten entre sí. Uno puede entrar y comprar la opinión que mejor le encaja, dejarse alimentar por los algoritmos o seguir al influencer de turno. En cualquier caso, siempre podemos encontrar esa hipótesis “a medida” que corrobore la propia creencia; y es que en las redes la confirmación de opiniones y los pre-juicios priman sobre la comunicación y la búsqueda de información contrastada, esa capaz de generar juicios válidos o eso que llamamos “verdad”; algo que en estos tiempos de pandemia se ha vuelto más urgente y existencial que nunca. Saber cómo se propaga el virus, cómo podemos protegernos y cómo combatirlo es ahora mismo nuestra única prioridad, es, en realidad, la condición sine qua non para poder seguir adelante con nuestras vidas. El paradigma científico-técnico se impone a la fuerza ante la impotencia generalizada, y nunca antes hemos sentido como sociedad depender tanto de la ciencia y sus avances. Esto, por otra parte, debería hacernos reflexionar intensamente sobre el papel que juega la investigación en nuestro país, ignorada e invisible a todos durante tanto tiempo como el propio virus.


Y mientras nos enfrentamos racionalmente a la pandemia y se hacen públicas las certezas científicas, vemos también crecer el número de escépticos y cómo se ensancha el círculo de aquellos que, bajo el manto del negacionismo y con motivaciones dispares, persiguen un objetivo común: generar confusión, desestabilizar la política y “destronar a la razón”. Esta última expresión es de Viktor Klemperer, un filólogo judío que analizó el lenguaje del Tercer Reich y las raíces románticas del nazismo.  Aspectos como la entronización del yo y la subjetividad, la exaltación sentimental de elementos identitarios como la idea de lengua o nación, allanaron el camino que posibilitaría más tarde la trasformación del judaísmo en antisemitismo, o lo que es lo mismo, la politización de un fenómeno puramente religioso cuyas consecuencias fueron devastadoras. El odio al judío tomó forma, se organizó y entró en la esfera política.


Cuando la irracionalidad y los arrebatos emocionales asaltan la res pública, consiguen infiltrarse en el ámbito de lo social, impregnar, contaminar el lenguaje e infectar las ideas, deben encenderse todas las alarmas. El negacionismo avanza en unos momentos de vulnerabilidad social que se suma al desencanto generalizado y a la pérdida de confianza en la política y en sus líderes. El virus negacionista se propaga rápido por las redes y toma forma, ignorarlo o negar que existe es negacionismo y subestimarlo tampoco sería inteligente. El negacionista, como cabría esperar, se niega a admitir que lo es, es impermeable a todo argumento racional y convencerle de su error es imposible, no debemos perder el tiempo en ello. “Que han dicho que yo he dicho que el bicho…”. De lo que se trata es de evitar que su mensaje devenga infeccioso, desmintiéndoles y contraponiendo siempre información veraz a sus proclamas. Íntimamente uno puede creer que la tierra es plana o que los burros pueden volar, cada cual es libre de pensar lo que quiera, otra cosa es aspirar a tener razón.

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