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el 7 set
Viernes, 14 de Marzo de 2014

Publicación en papel de El hombre que arreglaba las bicicletas (suma de letras, 2014), del castellonense Ángel Gil Cheza


Sale a la venta en papel la novela que los lectores de ebooks han situado en el punto de mira del
panorama editorial español

[Img #31161]Llega a todas las librerías una novela que ha supuesto una sorpresa para miles de lectores desde que fue autopublicada en formato digital por su autor, el castellonense Ángel Gil Cheza, hace unos meses.

Una obra hecha con cuidado, con artesanía, donde la destreza narrativa del autor nos arrastra a caer en una historia de personajes bien construidos y paisajes donde la naturaleza y el dominio de la lírica que muestra Ángel Gil Cheza hacen que el tiempo se detenga, y la respiración acompañe el romper de la olas del Mediterráneo.

La novela. El hombre que arreglaba las bicicletas es un verano en algún lugar de nuestro imaginario. El testamento de un escritor de novela negra empuja a su viuda, a su hija y a una antigua novia irlandesa —a la que abandonó años atrás sin explicación alguna— a convivir en su casa de la playa junto a un taller de bicicletas en la costa mediterránea.

El autor. Ángel Gil Cheza es una de esas personas capaces de transmitir emociones en cualquier formato. Es un músico que escribe novelas, un escritor que canta, un cantautor punk convertido en editor de mesa, un profesor que cultiva naranjas.

El booktráiler

[swf object]No es la primera vez que un booktráiler de una novela de Ángel Gil Cheza abre la hierba y muestra un producto ingenioso que la crítica protege y admira. En 2011 la irrupción en las redes sociales del vídeo promocional de su novela —no publicada aún por entonces— La lluvia es una canción sin letra, una obra de arte realizada por Ángel Gil Cheza y Wally Sanz, tuvo gran repercusión en los medios. Y ahora, una vez más, y antes de su difusión oficial, el booktráiler de El hombre que arreglaba las bicicletas, rodado en el paraje natural del Prat de Cabanes, lugar que inspira la novela, ya ha conseguido dejar sin palabras a más de quinientas personas en su primer día.

Esta vez el vídeo es obra de Papel Mojado //projects, la marca con la que el propio autor, Ángel Gil Cheza, acompañado de Lluïsa Ros y David Ros, firman todas las creaciones que realizan en el campo editorial y audiovisual. De hecho, la maravillosa música que viste las imágenes es obra de Bonjour Potemkin, la formación musical integrada por Ángel y Lluïsa.


Ángel Gil Cheza

[Img #31162]Avalado por el éxito de la crítica y la multitud de descargas en el portal español de Amazon, El hombre que arreglaba las bicicletas, la última novela de Ángel Gil Cheza, da el salto de la edición digital a la escrita.

Un éxito que continúa el camino iniciado por La lluvia es una canción sin letra, su primera novela y, a la postre, la mejor carta de presentación para su último trabajo.

De hecho, sin promoción en redes sociales, logró situarse entre las 100 novelas más vendidas en Amazon durante su primer día de lanzamiento. Lugar que no ha abandonado durante el tiempo que se comercializó en Amazon, donde consiguió alcanzar el top 10 durante su primera semana.

Precisamente, durante su travesía esta novela digital ha permanecido cerca de tres meses entre los diez libros más leídos y dos meses en el top 20 de este portal, posición con la que finalmente ha dado el salto a la edición escrita. Esto demuestra el interés despertado con la novela, tanto por su trama narrativa como por la habilidad del escritor para enganchar y emocionar con la historia de sus personajes.

El hombre que arreglaba las bicicletas, al igual que en su momento hizo La lluvia es una canción sin letra, coexistió con miles de ejemplares en esa jungla de libros que es Amazon.

Sin embargo, ambas consiguieron convertirse pronto en líderes del rebaño. Clásicos como Don Quijote de la Mancha, que puede descargarse sin coste para el usuario, conviven con otros libros superventas en esta gran librería digital.

Miles de escritores han publicado sus obras en este portal. Libros sobre cocina, sobre tenis, sobre automóviles, sobre cómo vender tu libro en Amazon… y también novelas, relatos y poesías de autores que, algunas veces, han emergido del completo anonimato para alcanzar el éxito. Un éxito que conceden los lectores y que queda patente a través de los comentarios que estos escriben en el propio portal. Adjetivos como «entrañable», «excelente» o «deliciosa» podían leerse durante el tiempo que estuvo en venta.

En este sentido, los lectores alababan su capacidad de «recordar los veranos de la infancia», de envolver «al lector de principio a fin» o de arrastrar a cualquiera «hasta la costa mediterránea pudiendo así sentir su calor». Pero también reconocen su «buen ritmo», «su facilidad de lectura» o su «capacidad de sorpresa».

Una fama que le persigue. No en vano, el booktráiler de la obra ha recibido en apenas una semana alrededor de un millar de visitas, antes incluso de hacerlo público, desde que fuera subido en la segunda semana del mes de febrero al portal Youtube.

Aunque su currículo esté adornado con profesiones como cartero, forestal, collidor, camarero, dueño de un pub, barrendero, arqueólogo, albañil, asistente de artista fallero, cocinero, agricultor, y en los últimos años, editor de mesa y profesor, Ángel Gil Cheza, villarealense nacido en 1974, licenciado en Humanidades y máster en Edición, es sobre todo escritor.

Este castellonense, quien se dio a conocer con tan solo veinte años como cantautor punk, deja clara su pasión por la escritura en estas líneas de El hombre que arreglaba las bicicletas en las que regala pequeñas pinceladas acerca del oficio de escritor: «Sabido es que las historias que cuentan los escritores navegan en un mar de recuerdos y sentimientos que salen a flote en la piel de sus personajes. Y esas historias son navíos que nunca levan anclas del todo. Siempre están ancorados de algún modo en el corazón de su autor».

Y es que esta noble profesión está muy presente en la novela. De hecho, su argumento gira en torno al testamento de un escritor de novela negra que llevará a su viuda, a su hija y a una antigua novia irlandesa a convivir en el verano de 2008 en su casa de la costa valenciana junto a un taller de bicicletas.

Una novela que comienza con la misión del abogado familiar de encontrar a la antigua novia del escritor para que esté presente en la lectura del testamento. Una labor difícil teniendo en cuenta que conoce únicamente su nombre y apellido y que su residencia se encuentra en Irlanda. Sabiendo esto, el letrado se pondrá en contacto con aquellas personas que cumplen estas dos premisas.

Ángel Gil Cheza toca un tema recurrente que conecta con el lector. No en vano, puede que nos hayamos preguntado si en algún lugar hay alguien que se llame exactamente igual que nosotros. Ya tengamos nombre simple o compuesto, o unos apellidos más o menos comunes, siempre puede haber una persona a la que se le conozca igual que a nosotros.


Espíritu mediterráneo

¿Qué es ser mediterráneo? Esta pregunta podría responderse fácilmente contestando que es nacer en alguna de las localidades bañadas por el mar Mediterráneo. Otros dirán que es tener unas costumbres saludables, disfrutar del sol y los frutos que da una tierra más que generosa. Para otros, la idea de ser mediterráneo va asociada a una dieta que ya ha dado la vuelta al mundo por sus propiedades beneficiosas para la salud. Y otros, peor intencionados, contraponen el carácter mediterráneo a la urbanidad, el tesón, el esfuerzo y otros valores que se asocian más a los pueblos del norte.

Es probable que esa imagen tenga algo que ver con la realidad, pero también es cierto que ya hay otras maneras de hacer y proceder que marcan lo que es ser mediterráneo en el siglo XXI.

Ángel Gil Cheza expone todas estas posibles acepciones del carácter mediterráneo y las disecciona a lo largo del libro en cuatro vertientes, centrándose en la costa valenciana, lugar donde se ambienta mayoritariamente la obra.

En este sentido, el autor trata de establecer un rasgo diferenciador de sus habitantes y que a la vez los aúne. Así, se fija en su «tez morena», predominante en «mucha gente de la costa valenciana» y que es «testimonio de la presencia árabe durante siete siglos».

Buena parte de la novela se desarrolla durante el agosto de 2008: «Un verano duro», aunque, según se puede leer en la novela, «en la geografía valenciana siempre lo son. La humedad de esta costa bañada por el Mediterráneo aumenta la sensación de calor y una temperatura de treinta y seis grados puede parecer de cuarenta».

Verano de calles vacías y sol abrumador. Y es que «el tiempo se detiene a primera hora de la tarde en toda el área mediterránea. Los minutos se balancean en un vaivén que bien puede ser el danzar de una cortina a merced del viento, el vuelo de una mosca nerviosa y pegajosa, o el estéril navegar de una colchoneta de aire olvidada en una balsa».

Precisamente, el verano es la estación en la que la siesta cobra su máxima expresión: «Todo el mundo descansa a la sombra, a salvo. La siesta hace de la sobremesa una especie de trance nocturno similar a la noche en el Ártico en los meses de verano, donde aunque la vida se detiene, el sol brilla más o menos durante casi toda la madrugada».

Una vez analizados su fisonomía y su ritmo de vida, la tercera vertiente incidiría en su faceta urbanística. Y es que el área mediterránea se ha convertido en estas últimas décadas en un espacio litoral que ha generado una enorme transformación de su paisaje, con un aumento espectacular del número de construcciones para uso residencial, en perjuicio de su vegetación y de las especies animales autóctonas que día a día se defienden «del medio urbano que las acechaba en forma de horribles bloques de apartamentos. Eran años de expansión inmobiliaria voraz e irreversible».

La cocina en Valencia es típicamente mediterránea y, en consecuencia, ofrece una gran variedad de platos, desde el pescado, el marisco y los moluscos, pasando por dulces árabes, verduras y –el ingrediente estrella– el arroz con denominación de origen. Es sin duda uno de los platos emblemáticos de la gastronomía española. Famoso en todo el mundo, constituye uno de los atractivos turísticos de nuestro país para los amantes del buen comer.

Tanto hombres como mujeres se disputan a nivel familiar el cetro del rey de la paella: «Es más que una ley no escrita el hecho de que los hombres cocinen la paella. Generalmente, es lo único que saben preparar y aparte de ello no serían capaces de ninguna otra intrusión en los fogones. Pero lo cierto es que la paella suele ser cosa de hombres».


L’Horta del Mar y Barcelona: el mundo es un pañuelo

La novela sitúa la acción en L’Horta del Mar, un «lugar bastante turístico, teniendo en cuenta que no estaba bañado por el mar» y donde es habitual ver «en las calles gente con bolsas que venían de compras o tomando el almuerzo en alguna de las muchas terrazas que había». En definitiva, un lugar «que disponía de todos los servicios propios de una población mediana».

Sin embargo, «a tan solo veinticinco minutos de bucear entre naranjos y melocotoneros» se encuentra Platja del Castell-L’Horta del Mar: «La más habitada de todas las de la zona» y donde se encuentra la Alquería Julieta, donde «tres mujeres que compartían el amor por un hombre que ya no estaba» vivieron juntas el verano de 2008.

Un lugar idílico donde «una primera línea de casas del siglo pasado le plantaba cara al mar, que en los últimos treinta años se había comido veinte metros de costa». Sin embargo, de aquella fortificación que daba nombre a la playa quedaba en pie un «viejo muro ya casi convertido en ribazo. Era lo que quedaba de lo que popularmente se conocía como el castillo pero que nunca fue tal, sino un cuartel militar de época republicana».

«Un poco más al norte» de Platja del Castell-L’Horta del Mar se ubica Les Casetes, «un grupo de viviendas que está en la misma carretera» y «donde se encuentra la oficina de correos, el médico, la panadería: todo lo que necesitamos la gente de la playa para no tener que desplazarnos hasta L’Horta del Mar».

El escenario del amor que vivieron, en el otoño de 1992, aquel escritor de novela negra ahora muerto y su novia irlandesa fue Barcelona: «ciudad propensa para soñar» y que en esa fecha «acababa de vivir los juegos olímpicos y era la ciudad europea por excelencia. Además, en la calle se vivía una explosión cultural underground. Barcelona era el centro del mundo».

La Plaça Sant Jaume, el Carrer del Bisbe, el Barri del Born o la Avinguda de la Catedral son algunos de los lugares de la Ciudad Condal mencionados en el libro, pero también el Barri Gòtic, cuyas «calles se habían convertido en pequeños ríos por los que el agua buscaba, imparable, el camino hacia el mar con el ansia y la fuerza de la naturaleza» durante aquel otoño.

La novela no escatima detalles a la hora de describir cómo era aquella casa familiar conocida como la Alquería Julieta: «La casa tenía pinta de antigua villa modernista, con balcones grandes y tejado de teja clara con doble vertiente suave. Nunca había sido pintada por fuera y conservaba el color gris del enlucido que con los años la había dotado de personalidad».

Y es que, según se puede leer en el libro, «cuando una casa lleva tanto tiempo dejándose oscurecer y pulir las paredes por la lluvia, el viento y el sol, hay que estar muy seguro de ello para pintarla de algún color, incluso el blanco tan recurrente en la zona».

Además, «el suelo de la enorme terraza con porche que había en la parte delantera, justo desde donde se veía el mar a lo lejos, era de terrazo. Allí había unos grandes sofás y una mesa con sillas que habían sido utilizados a conciencia, sin miedo de hacerlo, y el resultado de ello, lejos de evidenciar muebles viejos, era el de un lugar confortable donde seguro que se charlaba en grupo cuando se escondía el sol».

Por último, «la cocina era amplia, funcional y sin lujos. El salón era un espacio diáfano en parte biblioteca, en parte sala de televisión, y un pequeño altillo con un par de ordenadores que hacía de estudio muy poco discreto. Extrañas obras de arte, de mayor o menor interés, poblaban toda la planta baja».

Respecto al taller de bicicletas, «era una construcción rectangular con el tejado a una sola vertiente que se alargaba con un pequeño voladizo sobre la puerta de acceso para protegerla del sol del verano y la lluvia del invierno. La entrada era más bien grande, de madera y acristalada como si fuese la de un comercio o una carpintería, parecía rescatada de otro lugar. Y, además, otras dos ventanas enormes hacían que hubiese casi tanta luz en el interior como la que había fuera».


Riqueza descriptiva al servicio del lector

Los minutos en los que el sol va escondiéndose en las montañas mientras el cielo pasa del azul al naranja, rosa y violeta hasta desaparecer su reflejo en el agua constituyen un momento mágico. Hay muchas playas y lugares únicos del Mediterráneo para disfrutar de ese instante.

Para facilitarnos la labor, Ángel Gil Cheza atrapa uno de sus atardeceres con su prosa, y permite al lector disfrutar de su magia: «Del día tan solo quedaba un brochazo rojo anaranjado que coronaba los picos de la sierra. El sol, justo antes de esconderse, acababa de dar una última y vigorosa lengüetada a todo el prado. La noche ya caía serena y segura de sí, y con ella comenzaba a entonar, aún tímido como si se aclarase la voz, algún grillo».

Y es que es precisamente ese momento cuando «la luz calabaza echaba las cortinas» cuando «los playeros, perezosos, recogían sus hamacas y sombrillas y comenzaba el aburrido ritual de quitarse la arena de los pies junto a los coches».

La «descripción brillante y acertada de los pensamientos, sentimientos y actitudes vitales de los personajes» es uno de los aspectos que se ha puesto en valor por aquellos que en su día reseñaron El hombre que arreglaba las bicicletas.

Efectivamente, Ángel Gil Cheza logra trazar con maestría la relación que se abría entre una madre que acababa de enviudar y una hija adolescente. «Miró a aquella desconocida que tenía sus mismas orejas y se dio cuenta, por primera vez desde que nació, de que le daba miedo tener a alguien a su cargo a quien cuidar».


La familia, la manada…

Precisamente, para comprender la intricada relación entre una madre viuda, su hija adolescente y una desconocida irlandesa, el autor establece los posibles paralelismos de comportamiento entre ellas y una manada de lobas, entregadas, protectoras y cariñosas con sus cachorros, como todas las hembras mamíferas. «Eran lobas en la estepa rusa. Habían perdido al macho alfa pero todavía estaban unidas entre ellas por unos lazos sociales que las hacían fuertes para defender su territorio de otros lobos. Aunque ellas no necesitaban que llegase un nuevo macho alfa. No eran lobas. Se las apañaban bien solas. Normalmente, las mujeres hacen eso mucho mejor que los hombres».

En este sentido, aborda la importancia de una figura materna para una adolescente: «Aquella lobezna tenía carácter. Con el tiempo quizá podría ser la hembra alfa de alguna manada más grande y con un macho alfa defender su territorio e imponer sus genes a todo el clan siendo la única hembra autorizada a procrear. Pero de momento debían acompañarla para cuidar que no fuese atacada por otros lobos».


El amor…

Más allá del amor materno filial, la novela plantea una serie de reflexiones sobre este sentimiento haciendo partícipe al lector: «¿Se puede hibernar del amor? ¿Se puede bajar el ritmo cardíaco, ralentizar el metabolismo, la respiración y la temperatura corporal y ser insensible al amor que nos espera allí afuera de nuestro refugio?».

Frente a los amores de verano, «que no temen el peligro ni el fracaso porque nacen ya sabiendo que morirán en septiembre, como el vuelo de las cometas», la novela contrapone el amor maduro. «No importa lo mayores que seamos o el número de veces que nos hayan destrozado el corazón; ante un nuevo romance, nos comportamos como si toda nuestra vida tuviésemos trece años». Y es que «nuestro corazón puede latir con más dificultad, o incluso perder el ritmo de la canción que somos, pero nunca pierde la facultad de interpretar una mirada, desgranar una sonrisa o hacer lectura de un roce fortuito».

Sin embargo, más allá de sentimientos «hay veces en la vida que actuamos de una forma simplemente porque sí, no hay motivos, sabemos que las cosas han de ser de un modo y que nosotros tan solo somos actores. No podemos evitar que ocurra, simplemente podemos decidir si nos queremos ver involucrados o preferimos que sean otros los protagonistas».



Ángel Gil Cheza, un escritor que mira al cielo

Se dice en algunos pueblos que el labrador vive mirando al cielo, una inquietud natural en la sociedad rural, cuyo medio de vida es el campo. La capacidad para anticiparse a los meteoros resultaba fundamental en la sociedad rural tradicional, cuyo calendario y ciclo vital estaban fuertemente condicionados por el ciclo de cultivo y en la que anticiparse a la naturaleza podía resultar vital, tanto a la hora de planificar debidamente las labores como de prevenir o evitar dificultades derivadas de fenómenos climáticos.

Ángel Gil Cheza, como hijo y nieto de labradores y agricultor de naranjas ecológicas que es, disemina a lo largo de las hojas del libro consejos para interpretar esas señales: «Amaneció con la línea del horizonte manchada por una bruma incierta. Ello hizo recordar a todos que el verano no duraría mucho. Tan solo lo haría alguna semana más». Y es que pese a que «los libros de ciencias naturales insisten en predicar que el verano termina el veintidós de septiembre. Todo el mundo sabe que se equivocan. El verano termina con las primeras lluvias de final de agosto», y el final del verano es como las últimas páginas de una novela, acompañan a uno toda la vida.

El viento, la bruma, las nubes, el cielo, pero sobre todo la lluvia, esa suerte de magia, acompañan cada una de las obras de Ángel Gil Cheza de algún modo. Quizá porque solo un hombre que observa puede escribir qué ocurre.


Ángel Gil Cheza
El hombre que arreglaba las bicicletas
256 páginas/ 16,50 €




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