Robótica
Sembrando oportunidades con la tecnología
Fernando Meléndez: “primero hacemos amigos, luego unimos tuercas y tornillos, las personas son lo primero”.
Una estructura autómata va tomando forma pieza a pieza, metal, servos, cables, sensores, creando una extremidad metálica lista para cobrar vida. En Cybertron sería una maternidad, en nuestro planeta es un aula de robótica. Construyen lo que en apariencia es un robot, capaz de realizar tareas complejas de manera eficiente, eso veía un observador no iniciado, pero a ojos del profesor de esas jóvenes manos están ensamblando algo más que componentes y mecanismos, están creando amistad.
Fernando Meléndez Loya, 36 años, Ingeniero Industrial especializado en calidad, originario de Chihuahua, aunque más que de oriundo de la capital del estado se considera de la capital del mundo, Parral. Hijo de un Ingeniero Químico y de una Maestra, brinda a sus estudiantes las herramientas para cimentar su futuro, entre ellas la forja de amistades que durarán para siempre.
Como todos los porteros de fútbol, es un tipo peculiar. Los guardametas entrenan aparte del resto de jugadores, visten diferente, pueden tocar el balón con las manos, es muy difícil que alguna vez marquen un gol y si la riegan la cosa siempre suele acabar mal. Este joven ingeniero, que abandonó la seguridad de un trabajo en la maquila por la docencia, asume esas características diferenciadoras con naturalidad.
Desde que era chico reconoce que se sintió atraído por la ingeniería, al menos por la mitad del proceso, desarmar cosas y recibir después los regaños de su familia. Fascinado por los robots, especialmente por los Transformers –que aún colecciona-, su piñata de los cinco años no fue un Mickey mouse ni un Spiderman, fue un robot, un Transformer.
Cuando le llegó el momento de elegir una carrera para cursar sus estudios utilizó el criterio económico para seleccionar una que tuviera salidas laborales bien remuneradas. Eso lo introdujo de lleno en el mundo de la maquila, “hay gente que nace para estar en la maquila, entrar a las seis de la mañana y salir a las seis de la tarde”. Pero pronto descubrió que no era uno de ellos. A pesar de que ganaba un buen sueldo, pasado año y medio no quiso seguir consumiéndose en un empleo, dando su vida solo por dinero. Y dijo, basta, al punto de que nunca más volvió a la maquila, e incluso desapareció esa experiencia de su curriculum.
El Museo Semilla
Como no se le hizo el sueño de trabajar en la Coca Cola como ingeniero y tomar una botella de la línea de producción en mitad de la jornada, como en un anuncio de la televisión, comenzó a trabajar en un colegio católico, el Instituto América, “con un horario normal, con tiempo para hacer cosas”, allí permanecería por espacio de 10 años. Eso le permitía compaginar su trabajo con la labor en el Museo Semilla, donde daba clases de robótica, unas clases pequeñas, que luego crecerían y desde la que vería la evolución de la tecnología, con el boom, de los teléfonos inteligentes, y las diferencias entre las generaciones de jóvenes que iban pasando por sus clases.
Este 2019 se cumplen los 15 años de la creación del Museo Semilla, donde comenzó a trabajar en 2004, siempre rodeado de educación, ciencia, tecnología, niños y jóvenes.
Comenzó a reunir equipos de robótica, creando niveles para que fueran avanzando los chicos en complejidad. En el Museo Semilla encontró un grupo de sus mejores amigos, experiencias, viajes, errores de los que aprender, supo cómo realizar un recorrido, como manejar un grupo, lo prepararon y, según reconoce, lo hicieron mejor persona. Ese ha sido su objetivo desde entonces, trasmitir esos conocimientos para sembrar la semilla de la tecnología en nuevas mejores personas. Según su experiencia, compartir con otros que no tienen tantos recursos, ser testigo de situaciones difíciles, ayuda a los jóvenes y les hace recordar que hay mucha gente que necesita ayuda. Hasta que se inventen robots que sepan nadar, nuestras manos deberán ser las que ayuden a salir del peligro a los que están a punto de ahogarse en la vida. Una filosofía de vida que denota un corazón que, como la Tardis del Doctor Who, es más grande por dentro que por fuera.
Equipos de robótica en el Tec Milenio
Hace tres años aceptó el reto de crear un taller de robótica en la Universidad Tec Milenio. Sabían el trabajo que desarrollaba en el Museo Semilla y en el Instituto América y lo invitaron a coordinar los equipos de robótica de la institución educativa. Un gran proyecto y un gran plan, pero no había medios para llevarlo a la práctica. Ni equipos, ni herramientas, ni materiales, no tenían ni un salón propio, así que se reunían allá donde podían.
Comenzó así una ardua búsqueda de patrocinadores para dotar a los laboratorios de robótica de todo lo necesario, vendiendo ilusión, futuro, proyectos, sin una fotografía, un breve video o un reconocimiento que los respaldase en sus afirmaciones, eran un equipo de robótica sin equipo y sin robot. Ahora tienen fotos, videos y reconocimientos más que de sobra para avalar su desempeño como Devolt Robotics Team
Obtuvieron herramientas de sus patrocinadores, crecieron los equipos, Devolt Robotics Team pasó de 10 personas a 30, porque personalmente iba salón por salón invitando a todos a participar. Después de esa animosa leva llegaron a la cifra de 40 participantes. En este, su tercer año, la cifra asciende a 60, que además ejercen como mentores de una veintena de chicos de secundaria en el Museo Semilla.
De tener un solo equipo, ahora cuentan con cinco y cuentan con su propio espacio en el edificio, un taller con puerta, llave y logotipo, además de representar dignamente al Tec Milenio y a Chihuahua en numerosas competiciones a nivel nacional e internacional.
Los robots que construyen son una feliz excusa, un pretexto formativo para construir exoesqueletos mecánicos en los que albergar amistades, el alma de la máquina. El factor humano que es curiosamente determinante en el proceso mental de este Ingeniero Industrial amante de la Coca Cola, seguidor de los Pumas y del Real Madrid, que atesora en su closet disfraces de Stormtrooper, Resident Evil y de los Cazafantasmas, con su Proton Pack y todo. Por eso considera que la enseñanza de la robótica es más que educación, es una siembra de la semilla de la tecnología para compartirla con personas no tan afortunadas, para las que esas oportunidades serán recordadas toda su vida.
Para este joven maestro, viajar es una actividad mágica, con familia, con amigos, en pareja, y lo demuestran los más de 12 países que ha visitado y los muchos que quiere visitar en África y Oceanía. Eso lo trasmite también a sus estudiantes, como parte de la experiencia de pertenecer al equipo de robótica y de participar en competiciones. Viajar por primera vez fuera de la ciudad o del estado, visitar ciudades que no conocen, con amigos y sin padres, considera que hace crecer culturalmente a los jóvenes, y también socialmente, haciéndoles desarrollar habilidades, controlar su presupuesto, comportarse, “crecen como personas”, asegura convencido.
Estas experiencias, a su juicio, los hace mejores personas, vuelven con los ojos más abiertos, después de haber ampliado sus horizontes geográficos y académicos. Junto al metal se forjan buenas personas, “primero hacemos amigos, luego unimos tuercas y tornillos, las personas son lo primero”.
![[Img #70965]](http://el7set.es/upload/images/03_2019/6010__sam4167.jpg)
Una estructura autómata va tomando forma pieza a pieza, metal, servos, cables, sensores, creando una extremidad metálica lista para cobrar vida. En Cybertron sería una maternidad, en nuestro planeta es un aula de robótica. Construyen lo que en apariencia es un robot, capaz de realizar tareas complejas de manera eficiente, eso veía un observador no iniciado, pero a ojos del profesor de esas jóvenes manos están ensamblando algo más que componentes y mecanismos, están creando amistad.
Fernando Meléndez Loya, 36 años, Ingeniero Industrial especializado en calidad, originario de Chihuahua, aunque más que de oriundo de la capital del estado se considera de la capital del mundo, Parral. Hijo de un Ingeniero Químico y de una Maestra, brinda a sus estudiantes las herramientas para cimentar su futuro, entre ellas la forja de amistades que durarán para siempre.
Como todos los porteros de fútbol, es un tipo peculiar. Los guardametas entrenan aparte del resto de jugadores, visten diferente, pueden tocar el balón con las manos, es muy difícil que alguna vez marquen un gol y si la riegan la cosa siempre suele acabar mal. Este joven ingeniero, que abandonó la seguridad de un trabajo en la maquila por la docencia, asume esas características diferenciadoras con naturalidad.
Desde que era chico reconoce que se sintió atraído por la ingeniería, al menos por la mitad del proceso, desarmar cosas y recibir después los regaños de su familia. Fascinado por los robots, especialmente por los Transformers –que aún colecciona-, su piñata de los cinco años no fue un Mickey mouse ni un Spiderman, fue un robot, un Transformer.
Cuando le llegó el momento de elegir una carrera para cursar sus estudios utilizó el criterio económico para seleccionar una que tuviera salidas laborales bien remuneradas. Eso lo introdujo de lleno en el mundo de la maquila, “hay gente que nace para estar en la maquila, entrar a las seis de la mañana y salir a las seis de la tarde”. Pero pronto descubrió que no era uno de ellos. A pesar de que ganaba un buen sueldo, pasado año y medio no quiso seguir consumiéndose en un empleo, dando su vida solo por dinero. Y dijo, basta, al punto de que nunca más volvió a la maquila, e incluso desapareció esa experiencia de su curriculum.
El Museo Semilla
Como no se le hizo el sueño de trabajar en la Coca Cola como ingeniero y tomar una botella de la línea de producción en mitad de la jornada, como en un anuncio de la televisión, comenzó a trabajar en un colegio católico, el Instituto América, “con un horario normal, con tiempo para hacer cosas”, allí permanecería por espacio de 10 años. Eso le permitía compaginar su trabajo con la labor en el Museo Semilla, donde daba clases de robótica, unas clases pequeñas, que luego crecerían y desde la que vería la evolución de la tecnología, con el boom, de los teléfonos inteligentes, y las diferencias entre las generaciones de jóvenes que iban pasando por sus clases.
Este 2019 se cumplen los 15 años de la creación del Museo Semilla, donde comenzó a trabajar en 2004, siempre rodeado de educación, ciencia, tecnología, niños y jóvenes.
Comenzó a reunir equipos de robótica, creando niveles para que fueran avanzando los chicos en complejidad. En el Museo Semilla encontró un grupo de sus mejores amigos, experiencias, viajes, errores de los que aprender, supo cómo realizar un recorrido, como manejar un grupo, lo prepararon y, según reconoce, lo hicieron mejor persona. Ese ha sido su objetivo desde entonces, trasmitir esos conocimientos para sembrar la semilla de la tecnología en nuevas mejores personas. Según su experiencia, compartir con otros que no tienen tantos recursos, ser testigo de situaciones difíciles, ayuda a los jóvenes y les hace recordar que hay mucha gente que necesita ayuda. Hasta que se inventen robots que sepan nadar, nuestras manos deberán ser las que ayuden a salir del peligro a los que están a punto de ahogarse en la vida. Una filosofía de vida que denota un corazón que, como la Tardis del Doctor Who, es más grande por dentro que por fuera.
Equipos de robótica en el Tec Milenio
Hace tres años aceptó el reto de crear un taller de robótica en la Universidad Tec Milenio. Sabían el trabajo que desarrollaba en el Museo Semilla y en el Instituto América y lo invitaron a coordinar los equipos de robótica de la institución educativa. Un gran proyecto y un gran plan, pero no había medios para llevarlo a la práctica. Ni equipos, ni herramientas, ni materiales, no tenían ni un salón propio, así que se reunían allá donde podían.
Comenzó así una ardua búsqueda de patrocinadores para dotar a los laboratorios de robótica de todo lo necesario, vendiendo ilusión, futuro, proyectos, sin una fotografía, un breve video o un reconocimiento que los respaldase en sus afirmaciones, eran un equipo de robótica sin equipo y sin robot. Ahora tienen fotos, videos y reconocimientos más que de sobra para avalar su desempeño como Devolt Robotics Team
Obtuvieron herramientas de sus patrocinadores, crecieron los equipos, Devolt Robotics Team pasó de 10 personas a 30, porque personalmente iba salón por salón invitando a todos a participar. Después de esa animosa leva llegaron a la cifra de 40 participantes. En este, su tercer año, la cifra asciende a 60, que además ejercen como mentores de una veintena de chicos de secundaria en el Museo Semilla.
De tener un solo equipo, ahora cuentan con cinco y cuentan con su propio espacio en el edificio, un taller con puerta, llave y logotipo, además de representar dignamente al Tec Milenio y a Chihuahua en numerosas competiciones a nivel nacional e internacional.
Los robots que construyen son una feliz excusa, un pretexto formativo para construir exoesqueletos mecánicos en los que albergar amistades, el alma de la máquina. El factor humano que es curiosamente determinante en el proceso mental de este Ingeniero Industrial amante de la Coca Cola, seguidor de los Pumas y del Real Madrid, que atesora en su closet disfraces de Stormtrooper, Resident Evil y de los Cazafantasmas, con su Proton Pack y todo. Por eso considera que la enseñanza de la robótica es más que educación, es una siembra de la semilla de la tecnología para compartirla con personas no tan afortunadas, para las que esas oportunidades serán recordadas toda su vida.
Para este joven maestro, viajar es una actividad mágica, con familia, con amigos, en pareja, y lo demuestran los más de 12 países que ha visitado y los muchos que quiere visitar en África y Oceanía. Eso lo trasmite también a sus estudiantes, como parte de la experiencia de pertenecer al equipo de robótica y de participar en competiciones. Viajar por primera vez fuera de la ciudad o del estado, visitar ciudades que no conocen, con amigos y sin padres, considera que hace crecer culturalmente a los jóvenes, y también socialmente, haciéndoles desarrollar habilidades, controlar su presupuesto, comportarse, “crecen como personas”, asegura convencido.
Estas experiencias, a su juicio, los hace mejores personas, vuelven con los ojos más abiertos, después de haber ampliado sus horizontes geográficos y académicos. Junto al metal se forjan buenas personas, “primero hacemos amigos, luego unimos tuercas y tornillos, las personas son lo primero”.
![[Img #70965]](http://el7set.es/upload/images/03_2019/6010__sam4167.jpg)





