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Comunidad7
Jueves, 04 de Abril de 2019
Teatro

“Setenta veces siete”, una reflexión íntima sobre el perdón y el arte

Armando Samaniego, autor del texto, bajo la dirección de su hija Luisa, muestra su faceta de actor y recupera sus orígenes artísticos como ventrílocuo

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Un predicador asegura a voces que, para ser perdonados, debemos perdonar… setenta veces siete. Pero, cuando se trata del perdón más difícil de otorgar, ¿seremos capaces de perdonarnos a nosotros mismos, aunque sea una sola vez?

Con la entrañable y desgarradora historia de “Setenta veces siete”, Armando Samaniego, bajo la dirección de Luisa Samaniego, nos presenta su obra más íntima y más dura, en la que sale de su tenderete para mostrarse ante el público, sin títeres ni marionetas de por medio, volviendo al motivo que le llevó a dedicarse al teatro de títeres, el muñeco de ventrílocuo.

Bajo esa luz cenital, como sometido a un interrogatorio policial, Agustín el ventrílocuo habla con su muñeco don Carlampio, o quizá habla consigo mismo, en un tono de despedida, de resumen vital ante el destino que se avecina.

La pregunta incómoda para cualquier artista ¿Dónde acaba el muñeco y empieza el ventrílocuo? O lo que es lo mismo, ¿Dónde acaba el artista y empieza el ser humano? ¿Somos dos seres al mismo tiempo, compartiendo una misma vida? ¿Nos proyectamos por medio del arte para ser, actuar y decir lo que no nos atrevemos a ser como personas?

Agustín y don Carlampio recuerdan la vida que les unió y las circunstancias que los separaron de todo lo demás, el amor perdido, la búsqueda de la fama y la fortuna que nunca llega, y el desastre.

[Img #71618]Desde su estreno, “Setenta veces siete” ha representado un punto y aparte en la amplia carrera artística de Armando Samaniego, donde se muestra en su expresión más lúcida y amarga, sin cinismos ni ironías, sino como la pura expresión del payaso triste, como el que inmortalizó Ruggero Leoncavallo en su ópera Pagliacci.

Con la maestría de los años, este ventrílocuo convertido en titiritero, vuelve a hacerse acompañar de su muñeco para enfrentar un reto mayúsculo por la desnudez que representa, en primer lugar, mostrarse como actor, y en segundo lugar, mostrar sus más íntimos pensamientos en boca de su deslenguado compañero de cartón. Y esa maestría se hace patente en el manejo del muñeco, representando rutinas de espectáculos de ventriloquía con una solvencia y una gracia que solo dan la experiencia y el talento innato.

Armando Samaniego ha recorrido 35 años con su tenderete y su inseparable esposa Pilar Cárdenas, en una trayectoria que lo ha llevado desde Torreón a Chihuahua, donde se ha convertido en un referente nacional en el teatro de títeres y marionetas.

Hace unos años escribíamos sobre El Tenderete que hacían TEATRO con letras mayúsculas. Eso permanece más cierto, si cabe, con el paso de los años, porque el talento y el amor al teatro de esta compañía familiar les hacen merecedores del mayor de los reconocimientos y el respeto que, como artistas y como celosos guardianes de su arte, deberían recibir en todo momento.

En honor a los 35 años de El Tenderete cabe recordar el compromiso y el rigor con el que hacen reír, pero también pensar, a las nuevas generaciones de público crítico para con el arte y la vida. La dedicación que entregan a todos y cada uno de sus proyectos, cuidadosos del detalle, de la elaboración de los títeres, de la decoración o de la creación de los textos, incluso aquellos que requieren de un arduo trabajo de investigación, como el excelente resultado de su trabajo sobre Paquimé.

En “Setenta veces siete” Armando Samaniego muestra una faceta distinta de su arte, pero aplica a ella el mismo amor y la misma entrega que con todo lo que su familia hace.

 

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