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Tomas Torres
Lunes, 15 de Abril de 2019

Gracias por 40 años de La Passió

[Img #71883]La nostalgia es esa emoción íntima que queda atrapada, como el aroma de la persona amada ausente, en un recuerdo escondido en el laberinto de nuestra memoria. Por ese motivo representa una tarea imposible asomarme a La Passió de Torreblanca, cuarenta años después, sin que me atraviese el alma aquello que Oscar Wilde definió como el diario que todos cargamos con nosotros, esa punzada de melancolía que llamamos recuerdos.

 

Ni que decir que para alguien como yo, que ve los cincuenta años de edad como un mañana cercano, teniendo aquel año 1979  siete años, el nacimiento de La Passió supuso un espectáculo entre sobrenatural y desconocido. Como todas las cosas grandes que suceden sin darnos cuenta en los pueblos, la conmoción de aquellos primeros años pasó tan inadvertida que posiblemente nadie en Torreblanca era capaz de anticipar la verdadera trascendencia de lo que estaba sucediendo.

 

Para los críos de pueblo que éramos, que jugábamos en la calle y saltábamos en los charcos, acercarnos a los preparativos de la representación se convertía en un ritual al que asistíamos a pie o en bicicleta, con las rodillas peladas, llenos de curiosidad, porque entonces no se retrasmitían las cosas por internet y había que pisar la plaza para escuchar las voces de las personas trabajando, los martillos y el murmullo de algo importante bullendo en la plaza, había que estar allí para sentir la emoción que como electricidad se podía percibir en el aire nuevo de la primavera.

 

La Passió, como torreblanqui, es inevitable tenerla metida bajo la piel, de una manera casi imperceptible que no podemos describirla, pero que nos asalta con esas hermosas nostalgias en cuanto echamos la vista atrás.

 

Hablar de esos 40 años que La Passió de Torreblanca lleva formando parte de nuestra identidad hace inevitable recurrir a la memoria y, por lo tanto, caer sin remisión en la nostalgia de lo que nos sorprende, arrancándonos una sonrisa, al descubrir los tesoros que, sin darnos cuenta, hemos guardado cerca del corazón.

 

Por eso, al pensar en los años transcurridos me asaltó un recuerdo de los que iluminan el rostro del hombre descreído que ahora soy, algo en lo que no había caído en la cuenta hasta plantearme escribir sobre los 40 años de La Passió.

 

Hay una cosa que pocos recordarán, salvo los que estuvimos directamente implicados en el tema, de cuando yo estudiaba EGB en la escuela de Torreblanca, algo que contiene una parte de premonición, de destino, si queremos llamarlo así. De estos 40 años de La Passió, durante los últimos 20, en que he ejercido profesionalmente como junta letras, he escrito sobre la representación, previas, crónicas, noticias. Sin embargo, al visitar de nuevo las emociones asociadas a ella, descubrí un hermoso tesoro que había guardado conmigo.

 

Muy pocos saben que cuando los de mi quinta estudiábamos EGB, creo recordar que 7º lo que equivaldría a unos 11 años de edad, nuestro tutor, Luis Cervera, nos impulso a crear un periódico escolar –que se llamaba La Lliura- y una radio que hacíamos con la megafonía de la escuela durante los recreos. Los cuatro mocosos que nos metimos en aquel lío nos dedicamos a la peligrosa y revolucionaria tarea de pensar por nosotros mismos, alimentados por un tutor que nos animó dando vía libre para plasmar lo que quisiéramos blanco sobre negro, para luego hacer una tirada con aquellas viejas multicopistas que olían a tinta y a examen sorpresa.

 

Era inevitable que una panda de escolares hiperactivos decidieran que en el periódico que estaban haciendo tenía que aparecer, si o si, una entrevista con el que era el personaje público más importante y carismático de todo el pueblo, Manolo Segura, el Jesucristo de La Passió.

 

Exacto, sin tener la más remota idea de lo que sería después mi profesión durante tantos años, yo entrevisté al querido y recordado Manolo Segura antes de convertirme, si es que lo he logrado, en periodista.

 

Lo recuerdo como lo más mágico e impresionante que hice en aquellos años. Para concertar la entrevista tiré de contactos e hice que mi madre, que era clienta habitual de la carnicería de Manolo, le pidiera el favor de atendernos. No hay que dudar ni un segundo la respuesta que dio alguien con un corazón como el suyo. Y allí nos plantamos un mediodía, después de clase, en la trastienda de la carnicería, tres chavales que mirábamos al bueno de Manolo con una fascinación equivalente a tener a Superman, Jesucristo y Sean Connery, todo al mismo tiempo en persona justo delante de nosotros. Ni que decir que la entrevista no fue nada del otro mundo, éramos torpes, unos críos asustados y nerviosos ante alguien que nos parecía un titán, pero recuerdo que nos trató como si viniéramos del New York Times, con una amabilidad y un respeto que ahora, pasados tantos años, habiendo visto y escrito las cosas terribles que un ser humano puede hacerle a otro, encienden un cálido recuerdo en mi corazón.

 

Dicen que hay cosas tan grandes que dejan de pertenecer a las personas y pasan a formar parte del imaginario colectivo de los pueblos. Aquella fascinación por La Passió, que nos hace reverenciar aquello que es nuestro, porque es auténtico, es el legado que estamos obligados a mantener vivo, vigente, es la magia que nunca se tiene que romper, para que siga existiendo para siempre.

 

Han venido años difíciles, de dolorosas pérdidas, de superación, la gran familia de La Passió ha tenido que sobreponerse a la vida misma, que nos pone a prueba a diario, a veces con cruel saña. Pero ha sobrevivido a todo eso. La representación de la pasión y muerte de Jesucristo ha tenido ejemplos de solidaridad, de compromiso, emocionantes despedidas y cálidas bienvenidas. Los relevos se han ido dando con la naturalidad con la que un artesano entrega las claves de su oficio al siguiente maestro, para que la vida, como La Passió, continúe por siempre.

 

Ahora, 40 años después, el reto que enfrentamos como pueblo es el de continuar creando comunidad, haciendo pueblo, uniéndonos en torno a los objetivos comunes sin distinción de ideas para hacer honor a la emoción que una humilde representación de teatro de aficionados se pueda sentir entre nosotros como la obra más grande jamás representada. Sería de malagradecidos dejar que algo así, de esta singular belleza y significado, quedara estancado en un bucle de rutina vacío de emociones. Tenemos el privilegio y el deber de respetar las ideas que lo hicieron realidad. Tenemos algo entre manos más grande que nosotros mismos.

 

Es La Passió.

 

Y la hacemos aquí, en Torreblanca.

 

Y por eso, os doy las gracias.

 

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