Teatro
Volver a “Filos”
Teatro Bárbaro presenta la obra original de “Pilo” Galindo bajo la dirección de Luis Bizarro
![[Img #72855]](http://el7set.es/upload/images/06_2019/7796__sam5600.jpg)
Acercarse a “Filos” seis años después de haberla conocido por primera vez, de haberme asomado inopinadamente a las vidas de Lenin y Benito, a su amistad por encima de todo y de todos, a la brillante dramaturgia del genial maestro “Pilo” Galindo, es volver a abrazar a un entrañable amigo.
La magia del teatro, de las artes en general, pero es algo más impresionante en el teatro, es el crecimiento de las obras, la evolución que puedes ver en el trabajo con el paso del tiempo. Pero eso solo se puede ver en los que trabajan sus proyectos. Alguien dijo alguna vez que las obras de teatro eran seres en continua evolución, en constante crecimiento, la mala memoria gasta esas bromas, no recordar quien lo dijo, pero lo que es cierto es que es una afirmación completamente verídica, que se ajusta a la perfección al trabajo que Teatro Bárbaro, bajo la dirección de Luis Bizarro, ha hecho durante todo este tiempo con “Filos” y con Teatro Bárbaro.
La obra es una metáfora en si misma de la trayectoria de esta compañía chihuahuense en los últimos años, un texto de un gran talento juarense, 100% de la tierra, y la amistad como bandera, la fuerza de un grupo humano que es capaz de cualquier cosa para procurar la felicidad de su compañero de aventuras, que al fin y al cabo resulta ser la propia. En esa máxima estriba el éxito del trabajo bien hecho, obtener la felicidad a través de la felicidad de los demás. No es posible equivocarse.
No todo el mundo se atreve a volar en cuclillas sobre una silla, con el pelo repeinado y los lentes ocultando unos ojos vivarachos que no apaga ni la más atroz de las corbatas. Teatro Bárbaro lo ha hecho, desde un subterráneo claustrofóbico a su propio espacio escénico, pasando por los principales escenarios de Chihuahua, México y el extranjero.
Que “Filos” enamora, a pesar del riesgo que siempre conllevan las superficies afiladas, que te puedes hacer daño con ellas, es un hecho empírico. Es harto difícil no salir de una función sin los ojos brillosos por las lágrimas. Enamora, y lo hace por la potente sencillez de su mensaje y sus chispeantes diálogos, pero, por encima de todo, por la tremenda humanidad de los actores y actrices que cada cierto tiempo sacan a Benito y Lenin del recuerdo para sacarlos a dar un paseo por nuestros escenarios.
La obra ha superado el paso del tiempo, conservando la frescura del primer día, además de sobreponerse a la ausencia de un gran actor de enorme proyección, Alejandro Navarrete, al que seguimos admirando desde la distancia en su brillante carrera en cine, televisión y hasta en ópera, bravo muchacho.
Pero el personaje de Lenin no quedaría huérfano, asumiéndolo como un jabato el querido Héctor “Magnum” García, con un valor solo equiparable a la ilusión y la conmovedora inocencia que le confiere y que le he llevado a apropiarse del personaje, haciéndolo recorrer un camino propio, interesante y muy emocionante.
Poco cabe decir del “pinche Benito”, una caracterización que conecta inmediatamente, con la que Rogelio Quintana empatiza con el público rápidamente, impulsado por mucho más que un texto hermoso, proyectando una capacidad camaleónica que hace desaparecer al actor en cualquiera de las obras en las que participa, para hacer aparecer ipso facto al personaje, a grandes personajes.
Rosa Peña y Yaundé Santana gravitan en torno a los protagonistas de la obra, a medio camino entre la realidad y el sueño, capaces de otorgar realismo y credibilidad a las más disparatadas situaciones. Patinar en las fantasías de Lenin o ser capaces de enamorarlo, con la naturalidad del talento y del trabajo bien hecho. Con mucho, mucho cariño.
Teatro Bárbaro ha crecido durante este tiempo a la par que sus obras. Como una buena tramoya, el secreto de lo que aparece en el escenario es lo que oculta el telón, una travesía por el desierto, nunca mejor dicho, haciendo de tripas corazón, construyendo un sueño a base de soñar, pero también perseverando, insistiendo, aprendiendo, volviendo a insistir y a aprender, conscientes de que nada se regala y que el saber no ocupa lugar.
Ayer abracé de nuevo a “Filos” y volví a salir con los ojos brillosos por las lágrimas.
![[Img #72856]](http://el7set.es/upload/images/06_2019/2128__sam5605.jpg)
![[Img #72855]](http://el7set.es/upload/images/06_2019/7796__sam5600.jpg)
Acercarse a “Filos” seis años después de haberla conocido por primera vez, de haberme asomado inopinadamente a las vidas de Lenin y Benito, a su amistad por encima de todo y de todos, a la brillante dramaturgia del genial maestro “Pilo” Galindo, es volver a abrazar a un entrañable amigo.
La magia del teatro, de las artes en general, pero es algo más impresionante en el teatro, es el crecimiento de las obras, la evolución que puedes ver en el trabajo con el paso del tiempo. Pero eso solo se puede ver en los que trabajan sus proyectos. Alguien dijo alguna vez que las obras de teatro eran seres en continua evolución, en constante crecimiento, la mala memoria gasta esas bromas, no recordar quien lo dijo, pero lo que es cierto es que es una afirmación completamente verídica, que se ajusta a la perfección al trabajo que Teatro Bárbaro, bajo la dirección de Luis Bizarro, ha hecho durante todo este tiempo con “Filos” y con Teatro Bárbaro.
La obra es una metáfora en si misma de la trayectoria de esta compañía chihuahuense en los últimos años, un texto de un gran talento juarense, 100% de la tierra, y la amistad como bandera, la fuerza de un grupo humano que es capaz de cualquier cosa para procurar la felicidad de su compañero de aventuras, que al fin y al cabo resulta ser la propia. En esa máxima estriba el éxito del trabajo bien hecho, obtener la felicidad a través de la felicidad de los demás. No es posible equivocarse.
No todo el mundo se atreve a volar en cuclillas sobre una silla, con el pelo repeinado y los lentes ocultando unos ojos vivarachos que no apaga ni la más atroz de las corbatas. Teatro Bárbaro lo ha hecho, desde un subterráneo claustrofóbico a su propio espacio escénico, pasando por los principales escenarios de Chihuahua, México y el extranjero.
Que “Filos” enamora, a pesar del riesgo que siempre conllevan las superficies afiladas, que te puedes hacer daño con ellas, es un hecho empírico. Es harto difícil no salir de una función sin los ojos brillosos por las lágrimas. Enamora, y lo hace por la potente sencillez de su mensaje y sus chispeantes diálogos, pero, por encima de todo, por la tremenda humanidad de los actores y actrices que cada cierto tiempo sacan a Benito y Lenin del recuerdo para sacarlos a dar un paseo por nuestros escenarios.
La obra ha superado el paso del tiempo, conservando la frescura del primer día, además de sobreponerse a la ausencia de un gran actor de enorme proyección, Alejandro Navarrete, al que seguimos admirando desde la distancia en su brillante carrera en cine, televisión y hasta en ópera, bravo muchacho.
Pero el personaje de Lenin no quedaría huérfano, asumiéndolo como un jabato el querido Héctor “Magnum” García, con un valor solo equiparable a la ilusión y la conmovedora inocencia que le confiere y que le he llevado a apropiarse del personaje, haciéndolo recorrer un camino propio, interesante y muy emocionante.
Poco cabe decir del “pinche Benito”, una caracterización que conecta inmediatamente, con la que Rogelio Quintana empatiza con el público rápidamente, impulsado por mucho más que un texto hermoso, proyectando una capacidad camaleónica que hace desaparecer al actor en cualquiera de las obras en las que participa, para hacer aparecer ipso facto al personaje, a grandes personajes.
Rosa Peña y Yaundé Santana gravitan en torno a los protagonistas de la obra, a medio camino entre la realidad y el sueño, capaces de otorgar realismo y credibilidad a las más disparatadas situaciones. Patinar en las fantasías de Lenin o ser capaces de enamorarlo, con la naturalidad del talento y del trabajo bien hecho. Con mucho, mucho cariño.
Teatro Bárbaro ha crecido durante este tiempo a la par que sus obras. Como una buena tramoya, el secreto de lo que aparece en el escenario es lo que oculta el telón, una travesía por el desierto, nunca mejor dicho, haciendo de tripas corazón, construyendo un sueño a base de soñar, pero también perseverando, insistiendo, aprendiendo, volviendo a insistir y a aprender, conscientes de que nada se regala y que el saber no ocupa lugar.
Ayer abracé de nuevo a “Filos” y volví a salir con los ojos brillosos por las lágrimas.
![[Img #72856]](http://el7set.es/upload/images/06_2019/2128__sam5605.jpg)








