Teatro
Musth ¿testosterona = violencia?, inseguridades, miedos, sexualidad y agresión
La obra de la compañía CroMagnon plantea la asociación entre la testosterona y la violencia vista desde los ojos de los propios hombres
![[Img #75102]](http://el7set.es/upload/images/09_2019/6632__sam5998.jpg)
¿La testosterona intoxica a los hombres hasta el punto de convertirlos en seres peligrosos y agresivos? Bajo esta premisa, la compañía CroMagnon abre un debate sobre la relación entre la testosterona y la violencia a través del hilo conductor del Musth, una fase que atraviesan los elefantes macho cada año, en la que los niveles de testosterona se elevan 700 veces por encima de lo normal y se vuelven extremadamente agresivos con el resto de miembros de su manada, lo que les lleva incluso a aislarse socialmente hasta que finaliza este ciclo hormonal.
El planteamiento de la compañía CroMagnon nos presenta a hombres que usan a la testosterona, y por extensión a sus penes, como espolones con los que embestir el mundo y todos los problemas que les plantea. Pero la hormona de la violencia viene cargada por el diablo y acarrea también una contrapartida inesperada, que hace a los hombres si cabe más inestables y peligrosos. El miedo.
En este montaje, con dramaturgia de Diego Cristian Saldaña y “dramaturgismo” de Hebzoariba Hernández Gómez, que también ejercen la dirección al alimón, nos muestra a hombres incómodos con su propia sexualidad y la expresión más íntima de la misma, a través de la masturbación. Vemos protagonistas inseguros, culpables por explorar sus cuerpos “trato de hacerlo lo menos posible”, llegan a decir, otorgándole a esa acción un componente sucio, porque masturbarse es de perdedores incapaces de conseguir una mujer con la que tener sexo y, por lo tanto, deben ser señalados por la sociedad como seres débiles e incompletos. Los hombres de Musth oyen la voz de su cerebro de reptil atávico hablándoles al oído, impulsándolos a cumplir con sus instintos ancestrales, a imponerse sobre el resto de machos, a reproducirse, todo ello sin involucrar sentimientos complicados que lo enredan todo. Se trata de un instinto primigenio de fecundar con su semilla el mayor número de hembras posible. Y eso no se logra masturbándose. Es curiosa la reflexión, al principio de la obra, de uno de sus personajes pensando en la cantidad de semen que ha expulsado, en una alusión a las oportunidades perdidas por el macho de continuar su estirpe. La naturaleza diciéndole de nuevo que lo que hace es un desperdicio.
La obra continúa profundizando en las inseguridades endémicas de los hombres, las que lastran su relación con lo femenino, de nuevo aflora el miedo, que posiblemente se convierte más en el hilo conductor que las propuestas más evidentes de la obra, como la masturbación –en la primera parte de la obra los actores lo hacen constantemente mientras hablan- o la metáfora del Musth. El miedo está detrás de la comparación en el tamaño de los penes que hacen sus parejas, de la eficiencia con la que las satisfacen sexualmente, el miedo a no ser un buen proveedor, buen protector y, por supuesto, un hábil amante, como si el concepto de pareja asociado a la unión de dos individuos no acabara de quedarles claro, limitando el papel de la mujer a exigentes receptáculos de semen que validarán su capacidad de ser hombres, de ser machos merecedores de ese nombre.
El miedo, no, el pánico que el hombre siente respecto a los sentimientos y las emociones que pueda sentir hacia otro hombre, el miedo a la homosexualidad, a la supuesta debilidad de carácter que representa socialmente, el miedo del hombre a no ser hombre, ser otra cosa, empaña siempre las relaciones entre machos, zanjando violentamente, siempre violentamente, los descubrimientos, la curiosidad, la búsqueda del lugar que ocupan en el mundo y la manera de relacionarse y vivir la propia sexualidad con total libertad, ciñe gruesas cadenas.
El texto obvia otro de los miedos atroces que siente el macho inseguro, pero si aparece veladamente en las conversaciones. Todo en el hombre es mesurable, se puede medir, contar, cuánto mide, cuantas veces, cuánto dinero, pero en la mujer se envuelve en un halo de misterio que lo protege de ser denostado por el resto. O quizá los hombres piensan que no importa.
El macho está expuesto, con sus genitales externos que evidencia si es grande o pequeña, si tiene o no una erección, si sirve o no como hombre. La mujer está rodeada de misterio, de lo desconocido, porque además no entende su lenguaje o hace oídos sordos a lo que tenga que decir, ya que puede exacerbar sus inseguridades.
El relato deriva hacia zonas más sórdidas, más lúgubres, esos mundos interiores de miedos, de nuevo el miedo, que hacen reaccionar al macho inseguro con violencia para conseguir lo que desea o lo que cree que debe desear, porque el cerebro de reptil nunca duerme. Es la maldición del hombre lobo, que bajo el influjo de una luna hormonal transforma al hombre en un animal presa de los instintos más bajos y sangrientos, que no se detiene hasta saciarlos.
La asociación de la violencia con la hormona que intoxica a los machos es inevitable. Pero el texto no presenta al hombre como víctima de su propia naturaleza, sino que lo pone frente al espejo de su condición, de los niveles de control que la evolución ha ido estableciendo para que la humanidad no se reproduzca violentamente después de arrancar a la hembra arrastrándola por los pelos de su caverna. La obra nos muestra ese atisbo de violencia que vive latente en todo macho, por su capacidad física para ejercerla, un descenso a los infiernos, a la agresión, a la pérdida del control de actos y emociones.
El macho de la raza humana vive su particular musth 24/7, a todas horas y en cualquier situación, con la testosterona topándose con la razón en todo momento, en una lucha sin fin. Sobre ello se construye el relato del machismo, la justificación banal de una violencia ejercida sobre el objeto de su deseo sexual.
Musth ¿testosterona = violencia? nos muestra a hombres dudando de su propia condición, mal aconsejados por la testosterona que les habla al oído, cargados de miedos, cuya única salida es aferrarse constantemente a sus penes, como náufragos a los restos de su naufragio, porque en los momentos en los que el mundo se les cae encima, en que el caos los rodea y las decisiones son cada vez más difíciles de tomar correctamente, la constancia de tener un pene es el único recordatorio que tienen de que todavía son hombres.
Se puede profundizar en este debate siendo conscientes de que la única certidumbre que podemos tener sobre la condición humana en general, y la de los machos en particular, es que la violencia, la agresión y la cópula desenfrenada han sido los instintos sobre los que se han construido las civilizaciones. Cuanto más avanzadas menos hemos precisado de ese lado oscuro y primigenio de nuestro cerebro, pero sigue ahí, cubierto con capas y capas de barniz civilizado, de costumbres, contratos sociales y educación. Ahí entramos en terrenos inestables. Una hormona nos mantendrá en estado de constante excitación sexual hasta el fin de los tiempos porque de lo contrario el fin de los tiempos llegará por no reproducirnos, porque la naturaleza no contó con nuestra astucia y el control de natalidad. El secreto del difícil equilibrio entre hombres instintivamente empujados a la depredación y la castración química para la población masculina es, como siempre, la educación.
Como en tantas cosas, la ignorancia crea más monstruos que el conocimiento y el machismo es el hijo bastardo de la relación incestuosa entre la ignorancia y el instinto.
Musth ¿testosterona = violencia?
Interpretes: Diego Cristian Saldaña, Gibran Andrade, Sahè Orozco, Alejandro Guerrero, Atza Urieta Hebzoariba Hernández, Mariana Langrave.
Musica y Textos: CroMagnon.
Dramaturgia: Diego Cristian Saldaña.
Dramaturgismo: Hebzoariba Hernández Gómez.
Dirección de escena: Diego Cristian Saldaña, Hebzoariba Hernández Gómez.
CroMagnon
Coordinación operación de gira y producción ejecutiva: Michelle Menéndez.
Producción ejecutiva: Diego Cristian Saldaña, Hebzoariba Hernández, Mariana Langrave, Michelle Menéndez.
Asesoría de montaje: Vaca 35 Teatro.
Producción: Vaca 35 Teatro.
¿La testosterona intoxica a los hombres hasta el punto de convertirlos en seres peligrosos y agresivos? Bajo esta premisa, la compañía CroMagnon abre un debate sobre la relación entre la testosterona y la violencia a través del hilo conductor del Musth, una fase que atraviesan los elefantes macho cada año, en la que los niveles de testosterona se elevan 700 veces por encima de lo normal y se vuelven extremadamente agresivos con el resto de miembros de su manada, lo que les lleva incluso a aislarse socialmente hasta que finaliza este ciclo hormonal.
El planteamiento de la compañía CroMagnon nos presenta a hombres que usan a la testosterona, y por extensión a sus penes, como espolones con los que embestir el mundo y todos los problemas que les plantea. Pero la hormona de la violencia viene cargada por el diablo y acarrea también una contrapartida inesperada, que hace a los hombres si cabe más inestables y peligrosos. El miedo.
En este montaje, con dramaturgia de Diego Cristian Saldaña y “dramaturgismo” de Hebzoariba Hernández Gómez, que también ejercen la dirección al alimón, nos muestra a hombres incómodos con su propia sexualidad y la expresión más íntima de la misma, a través de la masturbación. Vemos protagonistas inseguros, culpables por explorar sus cuerpos “trato de hacerlo lo menos posible”, llegan a decir, otorgándole a esa acción un componente sucio, porque masturbarse es de perdedores incapaces de conseguir una mujer con la que tener sexo y, por lo tanto, deben ser señalados por la sociedad como seres débiles e incompletos. Los hombres de Musth oyen la voz de su cerebro de reptil atávico hablándoles al oído, impulsándolos a cumplir con sus instintos ancestrales, a imponerse sobre el resto de machos, a reproducirse, todo ello sin involucrar sentimientos complicados que lo enredan todo. Se trata de un instinto primigenio de fecundar con su semilla el mayor número de hembras posible. Y eso no se logra masturbándose. Es curiosa la reflexión, al principio de la obra, de uno de sus personajes pensando en la cantidad de semen que ha expulsado, en una alusión a las oportunidades perdidas por el macho de continuar su estirpe. La naturaleza diciéndole de nuevo que lo que hace es un desperdicio.
La obra continúa profundizando en las inseguridades endémicas de los hombres, las que lastran su relación con lo femenino, de nuevo aflora el miedo, que posiblemente se convierte más en el hilo conductor que las propuestas más evidentes de la obra, como la masturbación –en la primera parte de la obra los actores lo hacen constantemente mientras hablan- o la metáfora del Musth. El miedo está detrás de la comparación en el tamaño de los penes que hacen sus parejas, de la eficiencia con la que las satisfacen sexualmente, el miedo a no ser un buen proveedor, buen protector y, por supuesto, un hábil amante, como si el concepto de pareja asociado a la unión de dos individuos no acabara de quedarles claro, limitando el papel de la mujer a exigentes receptáculos de semen que validarán su capacidad de ser hombres, de ser machos merecedores de ese nombre.
El miedo, no, el pánico que el hombre siente respecto a los sentimientos y las emociones que pueda sentir hacia otro hombre, el miedo a la homosexualidad, a la supuesta debilidad de carácter que representa socialmente, el miedo del hombre a no ser hombre, ser otra cosa, empaña siempre las relaciones entre machos, zanjando violentamente, siempre violentamente, los descubrimientos, la curiosidad, la búsqueda del lugar que ocupan en el mundo y la manera de relacionarse y vivir la propia sexualidad con total libertad, ciñe gruesas cadenas.
El texto obvia otro de los miedos atroces que siente el macho inseguro, pero si aparece veladamente en las conversaciones. Todo en el hombre es mesurable, se puede medir, contar, cuánto mide, cuantas veces, cuánto dinero, pero en la mujer se envuelve en un halo de misterio que lo protege de ser denostado por el resto. O quizá los hombres piensan que no importa.
El macho está expuesto, con sus genitales externos que evidencia si es grande o pequeña, si tiene o no una erección, si sirve o no como hombre. La mujer está rodeada de misterio, de lo desconocido, porque además no entende su lenguaje o hace oídos sordos a lo que tenga que decir, ya que puede exacerbar sus inseguridades.
El relato deriva hacia zonas más sórdidas, más lúgubres, esos mundos interiores de miedos, de nuevo el miedo, que hacen reaccionar al macho inseguro con violencia para conseguir lo que desea o lo que cree que debe desear, porque el cerebro de reptil nunca duerme. Es la maldición del hombre lobo, que bajo el influjo de una luna hormonal transforma al hombre en un animal presa de los instintos más bajos y sangrientos, que no se detiene hasta saciarlos.
La asociación de la violencia con la hormona que intoxica a los machos es inevitable. Pero el texto no presenta al hombre como víctima de su propia naturaleza, sino que lo pone frente al espejo de su condición, de los niveles de control que la evolución ha ido estableciendo para que la humanidad no se reproduzca violentamente después de arrancar a la hembra arrastrándola por los pelos de su caverna. La obra nos muestra ese atisbo de violencia que vive latente en todo macho, por su capacidad física para ejercerla, un descenso a los infiernos, a la agresión, a la pérdida del control de actos y emociones.
El macho de la raza humana vive su particular musth 24/7, a todas horas y en cualquier situación, con la testosterona topándose con la razón en todo momento, en una lucha sin fin. Sobre ello se construye el relato del machismo, la justificación banal de una violencia ejercida sobre el objeto de su deseo sexual.
Musth ¿testosterona = violencia? nos muestra a hombres dudando de su propia condición, mal aconsejados por la testosterona que les habla al oído, cargados de miedos, cuya única salida es aferrarse constantemente a sus penes, como náufragos a los restos de su naufragio, porque en los momentos en los que el mundo se les cae encima, en que el caos los rodea y las decisiones son cada vez más difíciles de tomar correctamente, la constancia de tener un pene es el único recordatorio que tienen de que todavía son hombres.
Se puede profundizar en este debate siendo conscientes de que la única certidumbre que podemos tener sobre la condición humana en general, y la de los machos en particular, es que la violencia, la agresión y la cópula desenfrenada han sido los instintos sobre los que se han construido las civilizaciones. Cuanto más avanzadas menos hemos precisado de ese lado oscuro y primigenio de nuestro cerebro, pero sigue ahí, cubierto con capas y capas de barniz civilizado, de costumbres, contratos sociales y educación. Ahí entramos en terrenos inestables. Una hormona nos mantendrá en estado de constante excitación sexual hasta el fin de los tiempos porque de lo contrario el fin de los tiempos llegará por no reproducirnos, porque la naturaleza no contó con nuestra astucia y el control de natalidad. El secreto del difícil equilibrio entre hombres instintivamente empujados a la depredación y la castración química para la población masculina es, como siempre, la educación.
Como en tantas cosas, la ignorancia crea más monstruos que el conocimiento y el machismo es el hijo bastardo de la relación incestuosa entre la ignorancia y el instinto.
Musth ¿testosterona = violencia?
Interpretes: Diego Cristian Saldaña, Gibran Andrade, Sahè Orozco, Alejandro Guerrero, Atza Urieta Hebzoariba Hernández, Mariana Langrave.
Musica y Textos: CroMagnon.
Dramaturgia: Diego Cristian Saldaña.
Dramaturgismo: Hebzoariba Hernández Gómez.
Dirección de escena: Diego Cristian Saldaña, Hebzoariba Hernández Gómez.
CroMagnon
Coordinación operación de gira y producción ejecutiva: Michelle Menéndez.
Producción ejecutiva: Diego Cristian Saldaña, Hebzoariba Hernández, Mariana Langrave, Michelle Menéndez.
Asesoría de montaje: Vaca 35 Teatro.
Producción: Vaca 35 Teatro.