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Gloria Isabel Bosch Roig
Viernes, 13 de Marzo de 2020

La Peste

No, no pretendo alarmar a nadie, aunque se haya declarado hoy mismo el estado de alarma en España, en realidad sólo quiero proponer una lectura para todos aquellos que por prescripción política y/o facultativa tengan que matar el tiempo confinados en sus casas y no hayan leído todavía esta novela. Es un buen momento para hacerlo, sobre todo porque Albert Camus, el humanista rebelde, pone aquí el foco sobre valores tan importantes como la solidaridad en tiempos difíciles. En realidad, nos dice, el altruismo es nuestra única esperanza cuando todo parece hundirse. A modo de alegoría, en La Peste, las ratas invaden Orán igual que los nazis invadieron Europa.


El coronavirus es hoy nuestra peste y va a ponernos a prueba, pero no por la gravedad o mortalidad de su afección, sino porque hace tambalear todas nuestras creencias sobre un sistema que, después de la Segunda Guerra, parecía no tener ya a nadie quien le tosiera (nunca mejor dicho).


La infección obliga ahora a apagar las luces, suspender juegos y espejismos, toda distracción de la pura existencia queda cancelada. La verdad avanza desnuda y sin brillo, abriéndose camino en nuestras conciencias como una gran grieta: somos muy vulnerables, individualmente y como sociedad.


El miedo crece exponencialmente con la quebradura, despierta ángeles y demonios; y el ser individualista y egoísta que nos habita, engordado artificialmente durante tanto tiempo, se niega a dar un paso atrás. El humano egocéntrico y acaparador, acostumbrado a consumir sin frenos, en su particular ataque de pánico asalta el supermercado y vacía las estanterías aun sabiendo que no existe peligro de desabastecimiento.

Pero ese ser irracional y desesperado tiene un objetivo prioritario extraño, se lanza sobre el papel higiénico como las polillas a la luz ¿por qué?


Sabemos que el coronavirus no provoca gastroenteritis ni tampoco ninguna otra forma de colitis, además de eso, todo el mundo tiene agua corriente (y jabón) en su casa, así que podría prescindir fácilmente del papel en caso de emergencia.


Sin embargo, pareciera que en momentos críticos, inquietantes y distópicos como los actuales el papel higiénico tuviera un papel (nunca mejor dicho) fundamental. Diría que nos aferramos a él como quien se agarra a una tabla en medio del mar. Simbólica e inconscientemente puede que con ello mostremos nuestra reticencia a soltar un modelo de civilización que conocemos y que ahora creemos tambalearse, un modelo que nos salvaguarda del caos y de la barbarie, que aleja la mierda de nosotros, que nos da confianza y seguridad, o por lo menos eso creíamos.


Esos grandes fardos de papel higiénico que vemos transportar a la gente por la calle recuerdan indefectiblemente a esa maleta que arrastraba Kit, la protagonista neoyorquina de la novela El Cielo Protector de Paul Bowles, por el desierto del Sáhara.

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