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Helga Wendt de Jovaní
Domingo, 16 de Mayo de 2021

Recuerdos de un Alcossebre ya histórico

[Img #89797]Fué a finales de mayo de1966 cuando, por primera vez, pisé las tierras de Alcossebre, tras atravesar el estrecho túnel del ferrocarril que, visto de lejos, siempre te daba la impresión de no poder pasarlo sin estropear el coche.

Eran los tiempos en los que aún se hablaba de Alcoceber, en los que la fideuá todavía no aparecía en los menús de los restaurantes y en los que hablar valenciano era considerado hortero por cierta gente finolis que luego, al correr de los años, se convertiría en defensores acérrimos del valenciano. Eran también los años en los que el mayor sueño de los españoles de a pie era tener un pisito en un edificio lo más alto posible y en los que tener un frigorífico era símbolo de bienestar, por lo que a menudo, en vez de estar en la cocina, estaba en el comedor-estar.

 

Estábamos alojados en los antíguos apartamentos de San Miguel - hoy sustituídos por un edificio de nueva planta - 4 apartamentos, uno al lado del otro. Ocupábamos el del rincón que daba al camino pedregoso que llevaba a la playa – hoy más o menos la calle Colón. Al otro lado de ese camino había una masía con una noria y un mulo que, con los ojos vendados, daba sus interminables vueltas, espectáculo ese que fascinaba a mis dos hijos. La noria, por cierto, se ha conservado y adorna hoy la pequeña rotonda a mano izquierda, bajando del semáforo hacia el restaurante Dora.

Otro espectáculo que fascinaba a los hijos era, al atardecer, la vuelta de las cabras al corral que se encontraba más o menos enfrente de los apartamentos. Lástima que la sugerencia de mi marido de llamar Avenida de las Cabras el entonces arenoso camino delante de los apartamentos, hoy calle Ausias March, provocase gran indignación y enfado; hoy, sin embargo, sería un bonito recuerdo del antíguo Alcossebre, del que, desgraciadamente, apenas queda rastro alguno.

Espectacular era rambién, al anochecer, la vuelta a Alcalá de los campesinos, sentados en sus carros, con o sin toldo y con un perro atado detrás, hasta que un buen día, como por ensalmo, todos los carros fueron sustituídos por tractores.

 

Otra forma de bajar a la playa era salir del pequeño jardín trasero al que se accedía por una escalerita, y cruzar el campo de almendros de Sócrates, dueño del almendral y de los apartamentos. Había una preciosa hilera de adelfas, linde entre las propiedades de Sócrates y la “casa de la Marquesa“. Un día, al pasar por allí, me llevé un buen susto al descubrir, debajo de una de las adelfas, un grandísimo lagarto verde que parecía venir de otros mundos.

 

Entrando en el pueblo por el Rench había, a mano izquierda, una carnicería de la que me chocaba la hilera de sillas. ¿Qué hacían las sillas en una carnicería? No tardaría yo mucho en descubrir sillas  en otras carnicerías también y el porqué de su existencia: Mientras el carnicero despachaba a la clienta y se ocupaba de sus múltiples y a veces minúsculos pedidos, las demás clientas - no recuerdo haber visto hombres - estaban de cháchara, cosa que, sabido es, resulta pero muy agradable estando una sentada. Unos años más tarde se instaló en la calle, porque dentro no había sitio, uno de esos asadores de pollos, pollos riquísimos, los mejores nunca saboreados. Malas lenguas decían que era debido a lo que salía de los tubos de escape de los coches que pasaban.¡Imposible! ¡Con los pocos coches que había! Lejos aún eran los tiempos de los atascos, de los semáforos y de las zonas azules.

Siguiendo el Rench (reng-fila, referencia a la fila de casas) se encontraba, a la derecha, el estanco de Carmeta y su marido, donde no sólo se vendían tabaco y sellos sino también comestibles. Algo más adelante, a la izquierda, donde hoy se levanta el anodino edificio de la capilla de San Cristóbal, estaba la antígua iglesia de San Cristóbal, del siglo XVIII, con unos cipreses delante.Y a los pocos pasos, a la derecha, las antíguas escuelas, hoy convertidas en centro de salud y biblioteca.

Detrás de las escuelas, y hacia Vista Alegre, aún podían verse algunos algarrobos en cuya sombra solían aparcar los pocos coches que había. Ya en el camí l´Atall, estaba la tienda de comestibles de Pepe (José) Marín y su mujer Paquita, hoy convertida en boutique, y un poco más adelante el horno de Fuster.

 

Y ya estamos en la Plaza de Vista Alegre - antes y hoy auténtico centro de Alcossebre - con su fila de entonces aún pequeñas casas, entre las que se encontraba y sigue encontrándose el ya mítico bar La Maya, llevado entonces por Vicente Marín, hermano mayor del  antes mencionado Pepe.

 En la otra punta de la plaza  se inauguró, en el verano de 1966, el restaurante Montemar, tras el derribo del chirringuito Montemar.que se había construido allá hacia mediados de los años cuarenta.

Recuerdo amenas charlas en el restaurante, a la luz de algunas velas, no por romanticismo sino porque tormenta que había, tormenta que nos dejaba horas y horas sin electricidad.

Los sábados había gran verbena, con orquesta, en la terraza de Montemar, con la gente mayor, sobre todo mujeres, de espectadores en el muro que daba a la calle.

Pasando los años y con un turismo ya incipiente, también había cine en Montemar, debajo de los pinos detrás del restaurante, si es que el viento no tenía nada en contra..

Cuando las Fiestas Patronales se montaba, en la arena todavía seca de la playa del Cargador, cerca de la rampa de la Maya, una plaza de toros con los carros antes utilizados en el campo, y allí estaba sentada la gente, disfrutando del espectáculo y comiéndose la merienda traída de casa.

Otro sitio emblemático del antíguo Alcossebre era “El Jeremías“, modesta fonda del albañil Jeremías, surgida de un bar anterior.Todos los inviernos se podía ver a Jeremías, ayudado por sus tres hijos, añadiendo algo al edificio, una habitación, una estancia e incluso un piso. Luego pagaba religiosamente las multas que le habían puesto por no haber solicitado las correspondientes licencias. Se convirtió “El Jeremías“ en alojamiento de forasteros y en concurrido punto de reunión hasta que, con el paso de los años, llegó a ser un tranquilo hotel familiar que, no hace mucho, se derribó, dando paso al sofisticado Aparthotel Sea Experience. Y de esta forma desaparecieron, de golpe y porrazo, sin que nada les recuerde, dos símbolos del Alcossebre antíguo, “El Jeremías“ y el restaurante Montemar que tras su derribo en la Plaza Vista Alegre, se había trasladado al final de la Playa del Cargador, a terrenos de Jeremías. Sic transit gloria mundi..

 

Gente pudiente, sobre todo de Valencia, se había construído, para el veraneo, más o menos lujosas casonas, de las que aún pueden verse algunas, diseminadas por el municipio, como por ejemplo la de los García Petit, al comienzo de la playa del Cargador, al lado del restaurante Valentín.

Aún había esos pequeños chaletitos veraniegos de comienzos del siglo 20, de los que queda el situado entre la esquina Avenida Blasco Ibañez y Paseo Marítimo.

A finales de los sesenta causó gran revuelo la mansión  que se hizo construir la  actriz Nuria Espert, con más de mil metros de superficie construida y una gran piscina en medio. La casa sigue existiendo, aunque con otro propietario, en la calle La Mola.

 

Uno de los paseos favoritos era la subida a Santa Lucía, por detrás, desde el apeadero. Al principio aún nos encontramos con algún mulo cargado de material de obra.

Todavía había gatos monteses en la Sierra. Pero resultó tarea imposible convencer a un alemán que el animal que había visto, al pasar una noche con su coche por la carretera de las Fuentes, no era una hiena.

También podía verse, al atardecer, algún que otro zorro cruzando la carreterita que llevaba al pueblo

Otro de los paseos favoritos era ir al campamento bordeando la costa. A comienzos de la playa Romana había y sigue habiendo, aunque muy venida a menos, una de las villas veraniegas de otros tiempos, y algo más adelante había otro edificio, con torreta, de construcción más moderna, que también sigue en pie. Y luego nada más que campos - recuerdo un gran campo de guisantes donde hoy se encuentra el Habitat -, pinos, higos chumbos, piteras, carrasca e incluso uno de esos redondos abrigos de piedra, tan característicos del Maestrazgo.

El campamento sólo acogía a chicos, que todos iban vestidos con la camisa azul de Falange. Años más tarde se admitirían también chicas, y de uniforme ya nada de nada.

 

Los primeros años frequentábamos la playa del Cargador, con sus grandes dunas de arena, en las que se divertían los entretanto desaparecidos escarabajos negros con sus bolitas.

Aun habia pocos veraneantes, por cierto muy rígidos en cuanto a la vestimenta, en lo que a los nativos se refería. ¡Qué miradas condenatorias! ¡Qué sinvergüenza esa mujer extranjera por permitir correr desnudos a sus hijos pequeños!

Había quien se santiguaba antes de entrar en el mar y se veía a mujeres en combinación negra.

Indumentaria rígida también en la calle. Al pasar un día, en Torreblanca,  por delante de dos mujerucas sentadas en esas típicas sillitas bajas, oí algo como ¡Mira esa!

¡Cómo se atreve a andar así por la calle, con los años que tiene! Llevaba yo pantalón corto, pero larguito, y rondaba los 40.

Recuerdo una noche tranquila, de luna llena, cuando a un amigo nuestro y a mí se nos ocurrió ir a la playa para darnos un baño. Nada más pisar la playa apareció la entonces omnipresente pareja de la Guardia Civil para preguntarnos, qué era lo que hacíamos allí.Ya en aquel entonces florecía el tráfico de drogas, pero en vista de nuestra inocencia nos dejaron tomar el baño tranquilamente.

Poco a poco iban llenándose las playas y se podía ver a los franceses comiéndose los erizos que habían sacado de por entre las rocas. Y un amigo nuestro sacaba  preciosas almejas, buceando a solo pocos metros de la costa.

Con un Alcossebre agrícola, había sólo una familia que se dedicaba a la pesca, los Massiano. Cuando su barca llegaba por la mañana al Cargador, podíamos comprar directamente algún que otro pescado.

Hablando del Alcossebre agrícola supongo que aún habrá quien recuerde los campos de una uva moscatel dulcísima que luego se cambió por una moscatel menos sabrosa pero más bonita e igual, y cuyos campos, al final, se cubrieron de edificios.

 

Lejos aún eran los tiempos de los móviles y tampoco había cabinas telefónicas. Uno estaba de vacaciones y no necesitaba el teléfono para nada. Además, había un teléfono público que no recuerdo dónde y quién lo llevaba entonces.

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Tampoco había centro de salud. El médico de Alcalá, el muy querido Ricardo Cardona, venía una vez por semana dos horas. En verano, desde luego, no había problema ya que estaba en su casa en Alcossebre.

Los medicamentos tenían que comprarse en Alcalá y sólo bastantes años más tarde se instaló, en las antíguas escuelas, un botiquín. Quien también se instaló en las escuelas era la popular Paquita, mujer del constructor y agente inmobiliario José Pitarch. Allí vendía fruta y verdura, aunque, ya años antes, se había instalado una verdulería en la parte superior del Rench.

 

Alcossebre iba creciendo y creciendo, por lo que se derribó la antígua iglesia de San Cristóbal, y mientras se construía el nuevo edificio, las misas tenían lugar en un pinar cerca del edificio llamado Vista Alegre.

 

Y con ello doy por terminados mis recuerdos de un Alcossebre ya pasado a la historia, un Alcossebre de los años sesenta y setenta, y sin haber tenido en cuenta las por mí entonces no muy  frequentadas  Las Fuentes.

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