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Helga Wendt de Jovaní
Miércoles, 10 de Noviembre de 2021

Las Andanzas de una Joven Alemana por La Andalucía del Año 1955

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Tras tres estupendos e interesantes meses pasados en Madrid, gracias a un intercambio estudiantil, el 20 de noviembre me despedí de mis agradabilísimos padres y hermanos “adoptivos“ para, antes de volver a Alemania, recorrer aún parte de Andalucía.

El expreso para Córdoba salíó puntual a las 23 horas. Poco a poco iban dejándome los compañeros de viaje, así que a la una de la noche me puse cómoda, protegiéndome del frío que entraba por todas las rendijas, con una chaqueta de lana y otra de pijama. Llegada a Córdoba con hora y media de retraso, y tras preguntar en la cercana Oficina de Turismo por un alojamiento céntrico y económico, entrada en “La Pensión Central“, con su encantador patio con fuente y flores por doquier. Fueron precisamente los innumerables patios con sus zócalos de cerámica, sus fuentes, sus plantas, jardineras y tiestos llenos de flores y sus rejas de hierro forjado, los que me cautivaron durante mi estancia en Córdoba. Impresionáronme también La Mezquita con su “ bosque de pilares“ y las anchas avenidas repletas de bares, cafeterías y restaurantes. Y otra cosa más que me impresionó: ¡la limpieza de la ciudad! ¿Habré pensado yo en Madrid?

El tren para Sevilla llegó con hora y media de retraso y, tras una parada de una hora, con la gente ya sentada en el tren, por fin pudimos salir, llegando a Sevilla con 3 horas de retraso, tras un viaje entretenido, con charlas y ofrecimiento de pan, embutido y  jamón por uno de los viajeros.

Esta vez me permití el lujo de coger a uno de los muchos mozos que entonces llenaban los andenes de las estaciones y que muchas veces colaboraban con pensiones.

¡Imagínense Vds. lo pesado de mi maleta que contenía toda la ropa necesaria para una estancia de 4 meses! Lástima que las chicas de aquel entonces aún no llevábamos pantalones, ¡con lo práctico que hubieran sido unos vaqueros! Y encima, ¡las maletas todavía no tenían ruedas!

Pidiendo al mozo que me llevase a una pensión céntrica y económica, me llevó, tras un pequeño paseo por el barrio de Santa Cruz, a La Gloria, donde alquilaban camas y donde había agua corriente, baño y duchas, total “todo confort“. Por la mañana, antes de comenzar mis paseos por Sevilla, tomaba unos churros en la cercana churrería y quedaba asombrada al ver salir a las mujeres con los rulos puestos y en batas – para mí saltos de cama – acolchonadas.

Visité todo lo que había que visitar, con la excepción de la Giralda a la que estaba prohibido el acceso a personas solas - por temor  a suicidios  saltando desde arriba -y a parejas sin acompañamiento. No había turistas a los que juntarme, las españolas no hacían turismo y con chicos, ¡ya me dirán Vds.! Fué en uno de los viajes de los pensionistas de Alcossebre que por fin pude subir a la Giralda, utilizando las cómodas rampas que entretanto habían sustituido las escaleras de antaño.

Fué en Sevilla que aprendí que naranja no es igual a naranja. Estando un día en el patio de los Naranjos, ví unas hermosas naranjas en el suelo. ¡Que estupendo postre para mis frugales comidas! pensé para mis adentros. Desde luego, de estupendo nada de nada. ¡Qué sabía yo de naranjos de uso decorativo!

De Sevilla en tren a Jerez de la Frontera, donde alquilé, en “La Pensión Nueva“, un minúsculo habitáculo, en medio del centro antíguo con sus callejuelas empedradas y sus pequeñas casas enjalbegadas. Una escapada diurna a Cádiz, en tren, que para el recorrido de 50 km necesitaba 2 horas. Sobre todo paseos por la playa y visita al castillo de San Sebastián. Al día siguiente visita de la más famosa y antígua bodega de vinos de Jerez, la de Pedro Domenech, donde, tras la degustación de los distintos finos, manzanillas, amontillados, olorosos y qué sé yo, traté de combatir los consiguientes sudores con un panecillo seco.

Desde Jerez en autocar a Ronda, cuya visita me habían recomendado mis “padres adoptivos“, oriundos ambos de Málaga. Durante el trayecto había parada al pié de Arcos de la Frontera, pueblo con varias torres y encaramado en una roca, quedándome yo con las ganas de visitarlo. Pero miren por dónde, muchísimos, pero muchísimos años más tarde, los viajes de los pensionistas de Alcossebre me brindaron la oportunidad de recorrer dos veces las calles de este pintoresco y encantador pueblo.

Ronda, donde encontré habitación en “La Andalucía“, con invitación de los dueños a compartir las ya frescas noches alrededor de la mesa camilla con el brasero encendido, me cautivó desde el primer momento. Recorrí todos los barrios, los de arriba y los de abajo, las callejuelas empedradas con sus blancas casitas, con mujerucas vestidas de negro y, debido al frío, con largos mantones de lana con flecos, con hombres sentados delante de los bares y con niños jugando, siempre muy sucios y en parte sin pantalones o bragas, escenas esas que se repetirían a lo largo de mis andanzas por Andalucía. Admiré el Tajo desde el Puente Nuevo y descendí a él para darme una vuelta.

Un día, estando sentada en un muro, observando, en una de las vecinas calles  empedradas y con blancas casitas a ambos lados, a tres mujerucas, vestidas de negro, con sus cántaros, cuando, de repente, del cercano sanatorio militar, llegaron 4 soldados, junto con dos chicas. Cuchicheando y mirándome una y otra vez, por fin decidieron dirigirme la palabra, lo que acabó en animada conversación a cuyo final me pidieron les hiciese alguna foto.Tras mandar las fotos desde Alemania, recibí contestación a mi primera carta y a otra posterior, de Encarna, también en nombre de su amiga Lina, y de Gabriel, cartas esas que para mí son un auténtico tesoro. Me dice Encarna en su segunda carta: “..... nosotra también le mandaremos una (foto) para que tenga a unas andaluza y así se le orbidara menos Ronda ....Llasabemos que es uste hija de medico tiene su porbenir pero no se si se abra dado cuenta que Ronda es bonita pero muy pobre.“ Tras una muy formal primera carta me dice Gabriel en su segunda:.“...fuera de Andalucia hay algunas diversiones nunca como Andalucia, la vella, la rosa del mundo entero, donde por nosotros, pasan las alegrias para pillar, algo de contacto otras regiones; queriéndose el personal igualar nuestras costumbres pero la gracia de toda España esta en Andalucía.“

De Ronda, en memorable viaje en tren, a Málaga. Salida a las 5 de la madrugada, con un andén repleto de gente y de bultos; yo ya me veía todo el viaje estando de pie. Mas tras la salida, el andén seguía estando casi igual de lleno, de gente que quería despedir a sus seres queridos, antes de su largo viaje a la capital.

Lleno á rebosar estaba también el vagón, de viajeros. de maletas, paquetes, bolsas, cajas e incluso jaulas con gallinas. Transcurrida una hora, ya me dolía el culo por el duro banco de madera de la tercera clase, pero pronto se te olvidaron todas las penas ya que la animación iba creciendo a medida que iba pasando la bota, a la que tuve que renunciar, muy a pesar mío, pensando en mi ropa.

Viaje de suspense, con el tren casi rozando, de vez en cuando, alguna roca o un abismo.Y encima una puerta que se abrió durante el viaje, hasta que por fin alguien se atrevió a cerrarla.

En Málaga estuvo esperándome el jefe de la Policía, uno de los hermanos de mi “madre adoptiva“, que me había buscado alojamiento en la céntrica casa Curro y que me invitaría, al igual que uno de sus amigos, a tapas con ostras, con almejas y con los aún auténticos chanquetes, todo ello acompañado de los correspondientes chatos. También alguna que otra comida o cena, lo que significaba una agradable interrupción de mis frugales comidas a base de latas de sardinas o bonito y de naranja de postre.

Sólo contadas veces me permitía yo el lujo de pedir, en un bar, unos chipirones en su tinta.

Un día cogí el autobus para Torremolinos que aún formaba parte de Málaga. Cruzé el pequeño pueblo de humildes casas de pescadores y me fuí a la cercana y solitaria playa para darme un baño en un mar algo bravío del que luego tuve mis dificultades de salir, hecho ese que me ha dejado cierto trauma en cuanto a un mar con olas.

Y ya me véis en Granada, último pueblo de mi estancia en Andalucía, donde dejé mis bártulos cerca de la estación, en la “Gran Pensión Los Cármenes“, para luego comenzar a visitar monumentos y barrios; la Catedral y la Capilla Real con los restos de los Reyes Católicos, La Cartuja, La Alhambra y el Generalife, el pintoresco Albaicín, el barrio más antíguo de Granada, con sus empedradas callejuelas, sus blancas casas y su vista espectacular sobre el conjunto de la Alhambra, emplazado en el monte de enfrente, y, como no, el Sacromonte, ese monte perforado por cuevas, el barrio de los gitanos y del flamenco, barrio entonces my pobre y sucio, donde las mujeres y niños te perseguían pidiendo un “regalito“, nada que ver con el centro cultural y turístico en que se ha convertido.

Y con ello doy por terminados los recuerdos de mi ya histórico viaje por tierras andaluces.

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