Torreblanca
Carnicería Prades, herederos del sabor tradicional de nuestra tierra
Esta carnicería familiar, que abrió hace 45 años en Torreblanca, ha mantenido su filosofía de cuidar las carnes y ofrecer a sus clientes productos de primera calidad cuidados con esmero
Aun quedan en nuestros pueblos comercios de otros tiempos, que siguen marcando el paso de los días, las estaciones, las cosechas de la tierra con su propio ritmo, alejado de la vorágine de lo rápido, haciendo suyo el adagio de “eres lo que comes”, pero añadiéndole “y como tratas lo que comes”.
Carnicería Prades es uno de esos establecimientos profundamente arraigados en ese ritmo particular de la vida de los pueblos como la conocíamos antaño. Fue en el año 1977, cuando después de que el matrimonio formado por Amador Prades Doménech y Ángeles Bel Doménech le propusiera a su hijo Juan Emilio ir más allá de la explotación ganadera que regentaban y completar el ciclo de su producción abriendo una carnicería en Torreblanca, desde donde comercializar su carne.
Como recuerda el propio Juan Emilio, que por aquel entonces era un quinceañero que trabajaba como camarero en un restaurante de carretera de la localidad, la carnicería Prades abrió sus puertas en la calle Carlos Arruza, 6 y trajo dos tecnologías que eran desconocidas en los comercios de la época, la balanza electrónica y la sierra mecánica para cortar la carne, “era una novedad, porque antes las tiendas tenían las balanzas con los pesos y la carne se cortaba en el pilón. Pero yo siempre he preferido la sierra, porque es más limpia y el hueso no se astilla”. El negocio familiar distribuyó nuevos roles a cada miembro de la familia. Mientras el padre cuidaba de los rebaños, la madre atendía en el mostrador y Juan Emilio trabajaba en la carnicería y también ayudaba a su padre con los corderos, “mi madre siempre ha sido una persona muy importante para mí en la carnicería”, asegura. Después, cuando se casó a los 21 años de edad con Ana María Martí, su vecina de al lado, él se puso al frente del negocio familiar y su esposa se sumó al proyecto. Tras 32 años en la primera ubicación, la carnicería se trasladó a su actual ubicación en la calle Doctor Eulogio Ripollés, 4, ya como carnicería Prades-Martí. Juan Emilio puntualiza, “la carnicería nunca cerró, se trasladó de sitio. En 45 años nunca hemos hecho vacaciones, hemos trabajado de lunes a sábado, solo hemos cerrado algunos festivos, hasta en fiestas de agosto abrimos por las mañanas todos los días”. Una dedicación al trabajo de toda una vida, que para Juan Emilio ha transcurrido en un suspiro, “45 años en un trabajo, haciendo todos los días lo mismo y parece que fue ayer cuando abrimos. Hoy en día hago exactamente lo mismo que hace 45 años”, sin que ello suponga una contrariedad para este hombre sencillo, apasionado de la historia, escritor infatigable, que no tiene teléfono móvil ni lo necesita, que nunca ha volado en avión, pero que conoce su trabajo, su tierra y los productos que de ella crecen como pocas personas.
Los 45 años de trayectoria como carnicería han dado para ser testigos de una interminable lista de cambios y avances, tal como describe Juan Emilio. En los inicios la carnicería solo vendía carne fresca, pero desde hace mucho tiempo ya cuentan con licencia de supermercado, por lo que ofrecen una mayor gama de productos a su clientela habitual. Pero no solo lo que se vende cambió en este tiempo, según recuerda, “el oficio de carnicero, como tal, era muy diferente. La venta de la carne sigue igual, pero antes tenías que suministrarte de animales y sacrificarlos en el matadero municipal, que estaba en el lugar donde ahora está el Salón de Usos Múltiples. Antes había un matadero público en cada pueblo, incluso en las pedanías. Era como los lavaderos públicos, los médicos, era un servicio municipal. El de Torreblanca se cerró en los años 80 y eso cambió la vida de los carniceros. El carnicero era un tratante de ganado y lo compraba directamente al pastor, iba a 70 u 80 kilómetros de distancia a bajar cerdos o corderos, ir a Albocàsser, a Les Useres a buscar los animales que te hacían falta. Si no te gustaba el animal, el precio o la raza, tenías que ir a otro pastor. Tenías que comprar el animal, sacrificarlo en el matadero y elaborar los productos. Ahora toda esa fase no la tenemos. Ya somos exclusivamente carniceros”.
El tiempo también ha alterado las formas de comer, la dieta y las presentaciones de los productos, además de los requisitos sanitarios que introdujeron los conservantes, las normas sanitarias, cadenas de frío, manipulación de alimentos. “Han cambiado los consumos, los productos tradicionales se han ido dejando y han aparecido otros productos, que se han ido incorporando, como las hamburguesas, por ejemplo. De los embutidos solo ha cambiado las normativas sanitarias”. Sin embargo, las recetas de cada productor, las especias, el pimentón, el ajo, lo que se añade calculando a ojo, con esa sabiduría ancestral que distingue a los artesanos, ha mantenido su esencia de memoria añeja, de recuerdos de nuestro pasado, aunque algunos procesos se hayan industrializado y se introduzcan productos para conservar los productos y evitar enfermedades. Todo aprobado por Sanidad, para su correcta conservación, pero con un toque magistral que perdura y se resiste al olvido.
![[Img #84280]](http://el7set.es/upload/images/12_2021/8687_img_0940.jpg)
Desde hace 45 años, carnicería Prades ha tenido como clientes a las amas de casa que siguen queriendo obtener el sabor tradicional en su cocina, “si quieren preparar platos tradicionales, pucheros, ollas, guisos, carnes para potajes, estofados, para preparar habas, los buscan con nosotros. Forma parte de la idiosincrasia de la carnicería. Si quieres preparar algo con sabor antiguo, tienes que venir a nuestra carnicería, si no, no lo consigues ese sabor de antaño”.
Pero la filosofía de esta veterana carnicería cargada del auténtico sabor a pueblo comienza mucho antes de que la carne llegue a la cocina, “es el sabor de la carne fresca, las personas lo nota, te lo dicen que cuando la guisan sabe diferente, es por la manera de tratar la carne”, explica Juan Emilio. Ahí radica una de las principales diferencias, entre un carnicero tradicional y la carnicería industrializada, el trato de respeto hacia el animal y hacia su carne. “Ante todo debemos tener un trato de respeto, porque hemos sacrificado a un animal para alimentarnos, por lo tanto, el trato que tenemos con ese animal, con lo que nos ofrece, es algo que para mí es sagrado. He visto a gente que no ha tratado bien el producto, que lo ha tirado, que ha vaciado la caja violentamente. Cuidado. Has matado un animal para alimentarnos, es una vida que se ha perdido para hacer un bien. Ese respeto, luego en la mesa, se nota. La carne debe tratarse con cariño”. Porque todo el proceso queda marcado en el resultado final, “si el animal ha sufrido luego repercute, lo vamos a notar en la carne que nos vamos a comer y el trato que le demos también lo vamos a notar”.
Sin embargo, la carnicería sigue esforzándose por ofrecer producto de proximidad, “todo lo que podemos, lo compramos en la provincia de Castellón. Ganaderos de Vila Real, quesos de La Jana”, productos que conservan aún reminiscencias del sabor tradicional, de la forma de elaborarlos de antaño, quesos de calidad selecta elaborados con la misma pasión y dedicación desde hace años, a tan solo unos kilómetros de Torreblanca.
Pero si algo distingue a carnicería Prades es el cuidado que ponen en que todo el proceso, el recorrido de sus productos desde el matadero a los hogares de sus clientes, no pierdan ninguna de sus excelentes propiedades. “Hay que tener en cuenta que son productos perecederos, que deben tener una correcta manipulación. Por eso pregunto al comprador cómo lo va a preparar, cuando lo va a consumir, porque dependiendo si lo va a cocinar el mismo día o lo guardará en la nevera para prepararlo en otro momento, dependerá el envase en el que se lo lleve, para que siempre esté en las mejores condiciones posibles cuando se consuma”, incide.
![[Img #84278]](http://el7set.es/upload/images/12_2021/7106_img_0934.jpg)
Aun quedan en nuestros pueblos comercios de otros tiempos, que siguen marcando el paso de los días, las estaciones, las cosechas de la tierra con su propio ritmo, alejado de la vorágine de lo rápido, haciendo suyo el adagio de “eres lo que comes”, pero añadiéndole “y como tratas lo que comes”.
Carnicería Prades es uno de esos establecimientos profundamente arraigados en ese ritmo particular de la vida de los pueblos como la conocíamos antaño. Fue en el año 1977, cuando después de que el matrimonio formado por Amador Prades Doménech y Ángeles Bel Doménech le propusiera a su hijo Juan Emilio ir más allá de la explotación ganadera que regentaban y completar el ciclo de su producción abriendo una carnicería en Torreblanca, desde donde comercializar su carne.
Como recuerda el propio Juan Emilio, que por aquel entonces era un quinceañero que trabajaba como camarero en un restaurante de carretera de la localidad, la carnicería Prades abrió sus puertas en la calle Carlos Arruza, 6 y trajo dos tecnologías que eran desconocidas en los comercios de la época, la balanza electrónica y la sierra mecánica para cortar la carne, “era una novedad, porque antes las tiendas tenían las balanzas con los pesos y la carne se cortaba en el pilón. Pero yo siempre he preferido la sierra, porque es más limpia y el hueso no se astilla”. El negocio familiar distribuyó nuevos roles a cada miembro de la familia. Mientras el padre cuidaba de los rebaños, la madre atendía en el mostrador y Juan Emilio trabajaba en la carnicería y también ayudaba a su padre con los corderos, “mi madre siempre ha sido una persona muy importante para mí en la carnicería”, asegura. Después, cuando se casó a los 21 años de edad con Ana María Martí, su vecina de al lado, él se puso al frente del negocio familiar y su esposa se sumó al proyecto. Tras 32 años en la primera ubicación, la carnicería se trasladó a su actual ubicación en la calle Doctor Eulogio Ripollés, 4, ya como carnicería Prades-Martí. Juan Emilio puntualiza, “la carnicería nunca cerró, se trasladó de sitio. En 45 años nunca hemos hecho vacaciones, hemos trabajado de lunes a sábado, solo hemos cerrado algunos festivos, hasta en fiestas de agosto abrimos por las mañanas todos los días”. Una dedicación al trabajo de toda una vida, que para Juan Emilio ha transcurrido en un suspiro, “45 años en un trabajo, haciendo todos los días lo mismo y parece que fue ayer cuando abrimos. Hoy en día hago exactamente lo mismo que hace 45 años”, sin que ello suponga una contrariedad para este hombre sencillo, apasionado de la historia, escritor infatigable, que no tiene teléfono móvil ni lo necesita, que nunca ha volado en avión, pero que conoce su trabajo, su tierra y los productos que de ella crecen como pocas personas.
Los 45 años de trayectoria como carnicería han dado para ser testigos de una interminable lista de cambios y avances, tal como describe Juan Emilio. En los inicios la carnicería solo vendía carne fresca, pero desde hace mucho tiempo ya cuentan con licencia de supermercado, por lo que ofrecen una mayor gama de productos a su clientela habitual. Pero no solo lo que se vende cambió en este tiempo, según recuerda, “el oficio de carnicero, como tal, era muy diferente. La venta de la carne sigue igual, pero antes tenías que suministrarte de animales y sacrificarlos en el matadero municipal, que estaba en el lugar donde ahora está el Salón de Usos Múltiples. Antes había un matadero público en cada pueblo, incluso en las pedanías. Era como los lavaderos públicos, los médicos, era un servicio municipal. El de Torreblanca se cerró en los años 80 y eso cambió la vida de los carniceros. El carnicero era un tratante de ganado y lo compraba directamente al pastor, iba a 70 u 80 kilómetros de distancia a bajar cerdos o corderos, ir a Albocàsser, a Les Useres a buscar los animales que te hacían falta. Si no te gustaba el animal, el precio o la raza, tenías que ir a otro pastor. Tenías que comprar el animal, sacrificarlo en el matadero y elaborar los productos. Ahora toda esa fase no la tenemos. Ya somos exclusivamente carniceros”.
El tiempo también ha alterado las formas de comer, la dieta y las presentaciones de los productos, además de los requisitos sanitarios que introdujeron los conservantes, las normas sanitarias, cadenas de frío, manipulación de alimentos. “Han cambiado los consumos, los productos tradicionales se han ido dejando y han aparecido otros productos, que se han ido incorporando, como las hamburguesas, por ejemplo. De los embutidos solo ha cambiado las normativas sanitarias”. Sin embargo, las recetas de cada productor, las especias, el pimentón, el ajo, lo que se añade calculando a ojo, con esa sabiduría ancestral que distingue a los artesanos, ha mantenido su esencia de memoria añeja, de recuerdos de nuestro pasado, aunque algunos procesos se hayan industrializado y se introduzcan productos para conservar los productos y evitar enfermedades. Todo aprobado por Sanidad, para su correcta conservación, pero con un toque magistral que perdura y se resiste al olvido.
Desde hace 45 años, carnicería Prades ha tenido como clientes a las amas de casa que siguen queriendo obtener el sabor tradicional en su cocina, “si quieren preparar platos tradicionales, pucheros, ollas, guisos, carnes para potajes, estofados, para preparar habas, los buscan con nosotros. Forma parte de la idiosincrasia de la carnicería. Si quieres preparar algo con sabor antiguo, tienes que venir a nuestra carnicería, si no, no lo consigues ese sabor de antaño”.
Pero la filosofía de esta veterana carnicería cargada del auténtico sabor a pueblo comienza mucho antes de que la carne llegue a la cocina, “es el sabor de la carne fresca, las personas lo nota, te lo dicen que cuando la guisan sabe diferente, es por la manera de tratar la carne”, explica Juan Emilio. Ahí radica una de las principales diferencias, entre un carnicero tradicional y la carnicería industrializada, el trato de respeto hacia el animal y hacia su carne. “Ante todo debemos tener un trato de respeto, porque hemos sacrificado a un animal para alimentarnos, por lo tanto, el trato que tenemos con ese animal, con lo que nos ofrece, es algo que para mí es sagrado. He visto a gente que no ha tratado bien el producto, que lo ha tirado, que ha vaciado la caja violentamente. Cuidado. Has matado un animal para alimentarnos, es una vida que se ha perdido para hacer un bien. Ese respeto, luego en la mesa, se nota. La carne debe tratarse con cariño”. Porque todo el proceso queda marcado en el resultado final, “si el animal ha sufrido luego repercute, lo vamos a notar en la carne que nos vamos a comer y el trato que le demos también lo vamos a notar”.
Sin embargo, la carnicería sigue esforzándose por ofrecer producto de proximidad, “todo lo que podemos, lo compramos en la provincia de Castellón. Ganaderos de Vila Real, quesos de La Jana”, productos que conservan aún reminiscencias del sabor tradicional, de la forma de elaborarlos de antaño, quesos de calidad selecta elaborados con la misma pasión y dedicación desde hace años, a tan solo unos kilómetros de Torreblanca.
Pero si algo distingue a carnicería Prades es el cuidado que ponen en que todo el proceso, el recorrido de sus productos desde el matadero a los hogares de sus clientes, no pierdan ninguna de sus excelentes propiedades. “Hay que tener en cuenta que son productos perecederos, que deben tener una correcta manipulación. Por eso pregunto al comprador cómo lo va a preparar, cuando lo va a consumir, porque dependiendo si lo va a cocinar el mismo día o lo guardará en la nevera para prepararlo en otro momento, dependerá el envase en el que se lo lleve, para que siempre esté en las mejores condiciones posibles cuando se consuma”, incide.