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Sábado, 26 de Febrero de 2022
Torreblanca

Fruites Gerard: tres generaciones dedicadas a la agricultura tradicional en Torreblanca

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La agricultura, el cultivo de la tierra, ha sido una tradición en Torreblanca que ha pasado de padres a hijos y que ha definido lo que somos. Las familias, como la familia Marín, han establecido sus señas de identidad en base a esta labor de esfuerzo, de respeto de los frágiles equilibrios, las pacientes esperas, los ciclos y los tiempos que requiere cada cultivo para desarrollarse.

Herederos de esa saga familiar, en Fruites Gerard se encarnan los valores de las gentes del campo de manera singular, gracias a una tradición familiar que ha trascendido a lo largo de tres generaciones para materializarse en una manera de entender la agricultura, la relación que tenemos con la tierra y el territorio, que va más allá de ser una actividad económica más, convirtiéndose en una forma de vida.

La filosofía de esta empresa familiar se resume en la calidad frente a la cantidad, en el cuidado de los detalles, los productos de proximidad, el trato directo con el cliente, que les permite establecer una relación que trasciende la de vendedor-comprador, haciendo que la confianza y la garantía de calidad de cada uno de los productos que llevan a la venta sea su principal atractivo. “Tener un buen producto es complicado, requiere tiempo, paciencia, cuidado. Nosotros optamos por unas variedades de tomate de ensalada que no dan kilos, pero que tienen mucho sabor”. Sus principales cultivos son la alcachofa, el tomate y la judía verde, que son los que siembran en mayor cantidad, aunque en menor medida también cuentan con otras verduras para disponer de una mayor variedad en la oferta. Para complementar su gama de productos, también compran a productores de la zona algunas variedades de frutas y verduras, todas con el sello de calidad del producto de la tierra de proximidad.

 

El matrimonio formado por Tico y Gemma representa el eje central de transmisión de la tradición familiar que comenzó con los abuelos paternos, Miguel y Pepita, cuando comenzaron a trabajar la tierra. Previamente, el abuelo Miguel formaba parte de un grupo de compañeros que se dedicaban a la transformación de tierras que modelaría el paisaje rural en la provincia de Castellón y fuera de ella, llegando a trabajar en los movimientos de tierra que se realizaron para la construcción del aeropuerto de Reus. La roturación de las tierras fue la principal actividad económica de Miguel, los movimientos de tierras, las voladuras con barrenos para crear llanura donde solo existía suelo escarpado, cubrir de tierra fértil las rocas, fue abriendo las puertas a la explotación agrícola en suelos en los que antaño parecía imposible que se pudiera cultivar nada con éxito.

 

Eso ensanchó los horizontes de la familia y llegó el momento en el que surgió la oportunidad y la vida cambió para siempre. El patriarca de la familia conocía al propietario de lo que hoy en día todo el mundo recuerda como “La Fábrica del Peix”, ya que Miguel y su cuadrilla habían trabajado en las dos fincas adyacentes al negocio en las que se secaba el pescado. Aquella empresa ya no funcionaba y el propietario quería vender la tierra para obtener algún beneficio, así que le preguntó si le podía ayudar a encontrar un comprador. En ese momento decidió comprarla él mismo para dedicarse a la agricultura, y así lo hizo, con su estimado tractor, un John Deere que se trajo expresamente desde Estados Unidos y durante años fue el de más grandes dimensiones de la provincia, para desde hace más de 15 años pasar a formar parte de una colección privada de este tipo de maquinaria. Desde la finca del secadero arrancaba una tradición familiar que pasó de padres a hijos y que ahora heredan los nietos, la tercera generación de la familia Marín dedicada al cultivo respetuoso de la tierra a la que están unidos.

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El patriarca de la familia nunca tuvo carnet de conducir, ya que siempre se desplazaba al trabajo en su moto o en el tractor, de modo que en su nueva andadura como agricultores, fue Pepita, la matriarca, la que dio un paso al frente y se sacó el carnet de conducir, lo que la convirtió en una de las primeras mujeres que conducían una furgoneta en Torreblanca. La familia estaba ya completamente comprometida en el esfuerzo colectivo de sacar adelante aquel proyecto de vida.

 

Ese buen ojo para la tierra que Tico reconoce en su padre lo llevaría a convertirse en uno de los pioneros en la implantación de cultivos en invernadero en Torreblanca, “cuando tuvimos la finca de la montaña se juntaron Parranda, Rosendo, José Mundo, Miguel de Panisera y mi padre y construyeron los primeros invernaderos en el pueblo. La idea era amortizarlos en 10 años para cubrir la inversión y después de eso repartirse el dinero de los beneficios. El primer año ganaron tanto dinero que pagaron los invernaderos y ya tenían beneficios”.

 

A partir de ese momento los hijos se incorporan al proyecto, ayudando a su padre en los diferentes invernaderos que se crearon, algunos ya desaparecidos. El trabajo de la tierra es duro y en ocasiones ingrato, depende de variables como las lluvias o las sequías, las plagas, el granizo o la helada, por lo que el agricultor es también un estratega que aprende por las malas a no poner todos los huevos en una sola cesta. De ese modo, pronto aprendieron a alternar los cultivos en diferentes fincas para que, en el caso de una tormenta o una helada, alguno pudiera sobrevivir para poder llevar una cosecha a la venta. “Aprovechábamos el clima más favorable de la finca del secadero para la alcachofa, que escapaba de las heladas que se daban antes, sobre todo por Benicarló. Ahora el tiempo ha cambiado y no hay tanta diferencia”, explica Tico.

 

Llegado el momento, Tico formó su propia familia con su mujer, Gemma, que vino a Torreblanca desde Barcelona en 1985. Ella anteriormente solía visitar a su abuelo, que regresó a su pueblo natal desde la capital catalana tras su jubilación. La pareja se conoció mientras Gemma trabajaba en el almacén y su relación la llevó a trasladarse definitivamente a Torreblanca. Del matrimonio nacieron David y Gerard, quien da nombre a la empresa familiar. Las tareas se reparten entre todos, mientras Tico trabaja en las fincas, David y su madre y Pepita venden en los mercados, con la inestimable ayuda de Gerard, que espera con mucha ilusión el mercado del martes en el pueblo. No termina ahí su implicación, además de colaborar en el mercado, también trabaja en la preparación de los productos en las cajas, para que todo esté listo para la venta. Gerard va de un lado a otro, maniobrando su silla de ruedas por el reducido espacio del almacén para preparar las cajas, arreglar esto y aquello. En el mercado también es el encargado de mover las cajas de productos, cargar y descargar, desafiando todos los obstáculos que se le presentan. “Sin esta familia no conseguiría hacer lo que hago”, asegura Tico.

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Desde hace 4 años el modelo de negocio se fundamenta en el concepto de producto de proximidad, producto kilómetro cero, la relación con sus clientes fieles y el compromiso por cuidar la calidad de cada producto, respetando sus tiempos, sin abusar de los tratamientos químicos, escuchando los ciclos de la tierra. Aunque visitan mercados como el de Vila Real, donde participan en el mercado de los sábados y en el de productos de proximidad de los jueves (ambos de 8 de la mañana a 2 del mediodía)  donde han recibido una gran acogida. En Torreblanca tienen su parada en el mercado de los martes y en verano en el de la playa los viernes por la tarde. Para su clientela habitual tienen abiertas las puertas de su almacén, en la calle Pou Nou 4, todas las tardes de lunes a viernes de 5 a 8 y los sábados de 10 a 8, donde atienden de manera cercana y personal. Ofrecen alcachofa, tomate de distintas variedades, judía verde, pepino, calabacín, lechuga, todo de producción propia, “es el equivalente a las sillas que antes se veían en todas las puertas del pueblo, donde cada quien vendía lo que producía en sus fincas, de manera directa”, explica Gemma.

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A lo largo de tantos años, esta familia ha conocido la evolución de los cultivos en el campo torreblanquino, a medida que las modas o la demanda hacía que fueran más atractivas unas variedades sobre otras. En estas tierras se han producido peras, naranjas, almendras, algodón, unos cultivos han sustituido a otros, ahora se plantan aguacates, pistachos, se busca una rentabilidad que depende de la demanda del mercado, pero que la familia Marín afronta manteniéndose fiel a sus cultivos tradicionales, el tomate y la alcachofa. “Antes hacíamos melón y los turistas que venían de Madrid, cuando se iban cargaban a tope de melones, porque les gustaban mucho. Años después de que dejáramos de plantar aún venían a preguntar si teníamos melones”, recuerda.

 

Esa relación, forjada por el tiempo, la confianza y la calidad de sus productos, ha convertido a sus clientes en amigos, “a veces pasan a saludar aunque no tengan que comprar nada, preguntan por la familia, nos cuentan sus cosas”, compartiendo algo que va más allá de un intercambio comercial.

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