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Tomas Torres
Sábado, 07 de Mayo de 2022

La plaza de nuestros padres

 

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[Img #86785]La plaza de nuestros padres ya no está, no podemos verla. Existe solo en la memoria de los muertos, en las fotos antiguas en blanco y negro, que amarillean como los recuerdos de los niños viejos, resistiéndose al olvido que a todos espera.

La plaza de nuestros padres se ha convertido en uno de esos lugares que solo existen en la imaginación de los poetas, en los corazones de los que alguna vez pisaron sus piedras viejas con zapatos rotos, pero que ya no recuerdan como regresar a ella.

La plaza de nuestros padres ya no está, porque mi pueblo no tiene memoria. Los que mandaron, los que mandan y los que mandarán se avergüenzan de un pueblo pequeño y antiguo, de las tardes de paseo y alpargatas, de las piedras viejas, los edificios antiguos, de los árboles sabios que en las piedras proyectaron su sombra cansada de exiliados prematuros.

La plaza de nuestros padres perdió el escudo de la fuente y después la fuente misma, para terminar cubriéndola con la lápida blanca del olvido, como a todos nos cubrirán algún día, para olvidarla en el cementerio del patrimonio que nos incomoda. Los políticos siempre han sido criaturas volubles, que cubren lo que no entienden bajo la losa del progreso, que solo recurren a la memoria, a la tradición y a la identidad cuando les sale a cuenta, para lo que convenga. No importa que algunos recordemos una plaza de piedra tosca, que no supimos defender cuando tocaba, las piedras que pisaron nuestros padres el día de su boda, o cuando nos presentaron ante la pila del bautismo o cuando enterraron a sus padres.

La plaza de nuestros padres ha cambiado, y volverá a cambiar otra vez, porque cuando el ser humano se eleva sobre el resto de mortales deja de ver el pueblo como un lugar en el que vivir en paz con nuestro pasado, con nuestra memoria, pera verlo como un lugar en el que medrar y soñar con su propio futuro, con sus delirios de grandeza, posiblemente muy lejos de ese pueblo desde el que pretender auparse a las alturas cubriendo con sucesivas capas de pretendida modernidad nuestra esencia. Como faraones antiguos, borrarán cualquier inscripción, cualquier vestigio que sus antecesores hubieran dejado, para que el pasado no rivalice con sus aspiraciones de grandeza.

Por eso mi pueblo, que es pequeño y está cansado, ahora es un cementerio de delirios narcisistas de los que se empeñan en pasar a la historia borrando otras historias, las que de verdad importan, de la memoria del pueblo. No hay rincón más mancillado por la vanidad de los mandatarios que la plaza de nuestros padres, que ya no es la plaza de nadie, porque quienes mandan la han convertido en el escenario perfecto de sus particular farsa, en la que fingen preocuparse por nosotros, mientras se ocupan solo de ellos.

Porque nadie quiere recordar la plaza de nuestros padres, mientras solo les importan los votos de nuestros hijos.

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