Jueves, 25 de Septiembre de 2025

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Tomas Torres
Domingo, 21 de Mayo de 2023
Mi vida como erizo

Torreblanca siempre acaba perdiendo el tren

[Img #94890]Reconozco que el título se presta a engaño. En el contexto actual, con la matraca del campo de minigolf podría deducirse que esta reflexión en voz alta va a tratar de las oportunidades que nuestro estimado terruño ha dejado pasar, apelando a la figura metafórica del tren al que vemos alejarse desde el andén sin que hayamos podido subir en él. En realidad, para evitarnos equívocos, esto va de algo mucho más mundano, menos espectacular que el relumbrón de las infografías, los futuros brillantes y las promesas de atar los perros con longanizas.

 

Esto va de un olvido cotidiano, como el que se deja las llaves, la cartera o el teléfono, algo de uso diario, pero por una cosa o por otra, de puro vulgar, se nos acaba olvidando, por muy necesario que sea para nosotros.

 

Me refiero a las estaciones de la línea de ferrocarril de nuestra tierra, ese norte costero de la provincia de Castellón que, gracias a la encantadora magia del cinismo, solo forma parte de España y de la Comunidad Valenciana unos días cada cuatro años. Ya del interior ni les hablo, que ni línea de ferrocarril tiene.

 

De tan necesarias que son, nos acabamos olvidando de ellas. Las humildes estaciones están todo el año en boca de sus usuarios, y no precisamente para darles buenas valoraciones en TripAdvisor. Quienes sufren la línea de ferrocarril diariamente para estudiar, trabajar, acudir al hospital o realizar gestiones en la capital de la provincia lo saben bien. Es una canción vieja, a la que le vamos cambiando la letra con el tiempo, pero a todos nos suena la tonada.

 

Pero entre los lamentos y los golpes de pecho, que si la estación está cerrada, está abierta, está sucia, tiene cristales rotos, en el pecado llevamos la penitencia. Como pueblo está muy bien reclamar, exigir derechos que, en cualquier sitio civilizado se dan por asegurados. Aunque creo que como sociedad, tenemos que hacer un poco más.

 

El ejemplo de Torreblanca y su pequeña estación, utilizada por decenas de personas cada día. Queremos que pasen más trenes, más cómodos, más rápidos, más baratos. Todo muy bien. Sin embargo, echemos un vistazo a ese apéndice que llamamos Camí de la Estación y veremos que es una verdadera declaración de intenciones sobre lo que realmente valoramos esta infraestructura. Vivimos de espaldas al tren. Es algo que hay que tener, por lo que vale la pena hacer panfletos y ponerse medallas, pero el pueblo está unido a su estación por un callejón, la mayoría de noches oscuro, por el que casi no se pueden cruzar dos coches. El colmo del surrealismo es ver aparcada la Lanzadera, -perdonen que no pueda escribirlo sin que me gane la risa-, con su sombrajo y todo, que se supone que lleva viajeros hasta el aeropuerto y luego no cabe a la hora de cruzarse con otro vehículo.

 

Entiendo que el tren es para pobres, jóvenes y malvivientes, que no tienen dinero para coche propio con el que contaminar, atestar las ciudades y quemar combustible fósil hasta hacer llorar a Greta, pero hasta los jodidos tenemos nuestro corazoncito.

 

Nos hemos deslumbrado con otras cosas, lo entiendo. Es fácil perderse en lo que llaman ahora la narrativa. Hay tanto que reclamar y tan poco tiempo y pocas orejas para que lo escuchen que se tiene que priorizar. Pero se me hace feo que en el actual ambiente electoral, en el que prometer es fácil y sale gratis, porque tenemos poquita memoria para lo que nos parece, esta no sea una reivindicación que esté en cada panfleto, cada mitin y cada comida de oreja en las esquinas.

 

Torreblanca, si me lo permiten, merecería que alguien se planteara conectar de verdad la estación con el pueblo, para fomentar la simbiosis necesaria y positiva que se podría establecer, Lanzaderas aparte, podría convertirse en una zona viva, útil, con los parques y jardines que tanta falta hacen en el pueblo y para demostrar que sentimos la estación como una parte importante de nuestra comunidad, una parte iluminada, comunicada, segura y bonita. Y entonces sí, una vez comprometidos, valorando y apreciando nuestra estación, ir donde se tenga que ir a dar un puñetazo sobre la mesa y reclamar lo que es un derecho y una verdadera necesidad.

 

Se nos ha olvidado el tren, así que me he creído en la obligación de recordárselo a quien corresponda, por si se puede hacer algo más que quejarse y no seguir aquí, como vacas mirando el tren.

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