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Miércoles, 29 de Noviembre de 2023
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Carlos Arruza en Torreblanca

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«EL DIA QUE TOREE MAS A GUSTO»[1]

 

Por Carlos Arruza

 

"Quiero dedicar este articulo al pueblo y a los habitantes de Torreblanca, y a mi gran amigo D. Benjamín Persiva»

 

Entre tantos kilómetros de carretera que anduvimos de corrida en corrida, y habiendo toreado en Valencia, fue a verme a mi cuarto un grupo de aficionados de un simpático y acogedor pueblo, como no he visto ningún otro en cuantas partes conozco del mundo. Se llama Torreblanca, y está en la provincia de Castellón, en la carretera que va de Valencia a Barcelona.

 

Estos señores me venían a invitar a que, de paso, ya que toreaba en Barcelona a los dos días, paráramos en Torreblanca, y accedí gustoso, porque me hacían la invitación con tanta ansia y con tanto corazón que hubiera sido imposible negarse.

 

¡Cuánto me alegré de haber aceptado y cuánto añoro a ese pueblo y a todos los que allí viven!

 

Salimos muy de mañana de Valencia, y faltando dos o tres kilómetros para llegar a Torreblanca, un grupo pequeño de sus vecinos, en cuanto vieron la camioneta, y sin decirnos una palabra ni hacernos una seña siquiera, más bien haciendo como que no nos conocían, lanzaron un cohete al aire, cuyo estampido era la señal convenida para dar a saber al pueblo que ya estábamos en sus puertas. Entonces vimos lo que no podía creerse: el pueblo entero estaba engalanado de pies a cabeza; montones de banderas mejicanas y españolas en todas las casas y flores para parar un tren; la Banda de Música tocando mi pasodoble; el Alcalde y el Ayuntamiento en Pleno, y detrás todo el pueblo, listos para la recepción de bienvenida.

 

Aquello nos hizo llorar, llorar en verdad de agradecimiento, pues en todo lo que llevo de vida, ésta ha sido para mí la muestra más sincera de cariño y admiración que jamás he recibido de nadie. Enorme fue nuestra emoción, y digo nuestra, porque tanto yo como Cerrillo y Ricardo Aguilar no supimos qué hacer para pagar tan inmerecido acogimiento, cuando oímos tocar por la Banda del pueblo nuestra canción revolucionaria «La Adelita", y luego, "Cielito lindo".

 

No sé cómo se consiguieron las partituras, pero ese puñado de buenas gentes tocaban esas canciones más con el corazón que con los instrumentos musicales, pues bien sabían y querían ellos, como nos lo dijo el Alcalde, que escuchándolas nosotros tan lejos, el recuerdo no nos llevara a tanta distancia como estaba Méjico, sino que pasáramos Méjico a Torreblanca, ya que tanto él como todo el pueblo deseaban ardientemente que nos sintiéramos en un pedazo de nuestra tierra, que ellos nos la ofrecían.

 

Lo que vino después fue de maravilla. En principio de cuentas, y para que ya nadie nos importunara, cerraron la carretera que pasa, precisamente, por la calle principal de Torreblanca, e hicieron una desviación que rodeaba el pueblo, para la circulación de cuanto automóvil transitara por allí aquel día. Después de recorrido a pie, entre una verdadera lluvia de flores, por la calle principal, llegamos al Ayuntamiento, a la Alcaldía, donde nos recibió el Sr. Cura Párroco, y donde, saboreando los más ricos langostinos y el jamón serrano con el vino de la región más sabroso que hemos tomado, fuimos nuevamente objeto de las más sinceras demostraciones de gratitud y afecto por haber aceptado pasar el día con las gentes de aquel pueblo.

 

¿Gratitud y afecto de ellos para nosotros? ¡No saben que la gratitud y el afecto se lo tenemos nosotros a ellos! Muchas veces hablamos Ricardo, Cerrillo y yo de ese pueblo y de esos amigos, y en más de una ocasión se nos ha nublado la vista por querer contener unas lágrimas, lágrimas que, si perlas fueran, no alcanzarían las que hay en el mundo entero para poder comprar siquiera el sentimiento que tienen esos buenos amigos para mi persona.

 

Transcurrió el día con fiesta general. Nadie trabajó; todo el mundo pendiente de atendernos y divertirnos. Y cosa rara cuando se trata de una multitud: no hubo uno solo, así, uno solo, que hiciera algo indebido. Ya saben que hay un dicho que dice que nunca falta un pelo en la sopa; pues bien, esta sopa es la más limpia, pura y cristalina que jamás haya habido en el mundo.

 

Ese es Torreblanca, con su plaza central, donde se cierran con carretas y vigas las calles que de ella salen y se convierte en la Plaza de toros más entusiasta y alegre que imaginarse puedan: con su iglesia, alta, severa y limpia; su parque de atracciones; con su cine al aire libre, donde sus habitantes se divierten tranquila y sanamente los domingos y días de fiesta; sus cafés y bares, entre ellos el bar Arruza, en el cual se comentaban, entre muestras de verdadero júbilo, mis actuaciones en las plazas de España y de América cuando era torero... En fin, todo ese maravilloso vergel que es Torreblanca, de donde salió mi buen amigo D. Benjamín Persiva para seguirme con su negra blusa aldeana por toda España, Francia y Portugal con la frente muy alta y demostrando a todo el mundo que él, como representante del pueblo de Torreblanca, enseñaba lo que es un verdadero español. Si no hubiera sido D. Benjamín, hubiese sido cualquiera, cualquiera de los habitantes de Torreblanca, pues pongo yo las manos en el fuego que a caballeros y gentes de bien no hay quien les gane.

 

Parada obligatoria se volvió para nosotros ese pedazo de cielo cuando teníamos que pasar por allá y siempre nos refrescábamos con un chatito de vino para seguir el viaje.

 Un día, D. Benja, como le decíamos, nos pidió que fuéramos a torear a Torreblanca, pues muchos de sus paisanos nunca nos habían visto torear, sino que únicamente por la prensa y la radio estaban pendientes de mis andanzas. Gustoso accedí, y a Torreblanca nos fuimos una mañana en que teníamos que seguir viaje otra vez a Barcelona y actué en su plaza de Armas. En la auténtica y llena de colorido que es una plaza así, de carretas y vigas, y ante un público que sentía por mí un cariño que casi rayaba en la locura, toreé como nunca en mi vida he toreado más a gusto, pues parecía que formábamos una inmensa familia toda aquella buena gente y yo.

 

No estuve muy bien, taurinamente hablando; pero a ellos, ¡qué les importaba! No habían ido a verme exponer; habían ido a aplaudirme, hiciera lo que hiciera. Así es que cuando maté mi novillo, por poco sí me lo llevo a casa hecho pedazos, de tanto que le querían cortar: orejas, rabo, patas, qué sé yo. Aquello es muy difícil de olvidarlo.

 

Don Benjamín: A usted de mi parte, si llega a leer estas mis memorias, y a todos y cada uno de los habitantes de ese bendito pueblo español, digo que Torreblanca vive conmigo.

 

CAPITULO XXIV de La historia de mi vida, por Carlos Arruza

                Gracias a Charo Ramo que  facilitó este texto para su publicación en y que reproducimos en este trabajo

 

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