Domingo, 28 de Septiembre de 2025

Actualizada Domingo, 28 de Septiembre de 2025 a las 12:38:11 horas

el7set
Martes, 11 de Junio de 2024
SESIÓN I: TEMPUS FUGIT IRREPARABILE. Vuelve a pasar por el corazón, pero CARPE DIEM!

Recordar

Hace unos años, muchos más de los que yo tengo percepción, ya que el tiempo huye sin remedio, es tan rápido su paso que no nos apercibimos, hasta que un día delante del espejo, nos decimos “¿esta soy yo?”, pero si hace poco era joven, con mucha energía y me veía capaz de todo.

Y ahora estoy aquí. Quizás mis fuerzas fallen y tenga algún achaque, pero… ¡Aquí y ahora mi espíritu es joven –así lo siento– y, aunque más lenta, quisiera hacer muchas cosas. Aún tengo sueños, a pesar de que algunos de ellos, ya no son para mí.

Llegado el día, deberían inventar alguna máquina, que regenerara nuestras células, pues si hemos de vivir más años, deberíamos hacerlo con más energía y menos achaques.

Y, ya que el tiempo te recuerda que morirás, me voy a apresurar, a contarles algunos episodios de mi infancia.

Nací a finales de junio de 1946 en Torreblanca, un pueblo del levante de la provincia de Castellón. Era una niña menuda, inquieta y preguntona. De cada respuesta surgían nuevas preguntas. Me gustaba el pueblo. Era como si alguien me dijera, -“estruja el día todo lo que puedas, juega con los amigos sin parar”. La calle, por aquel entonces, era de los niños.

Viene a mi mente, el recuerdo de aquella tarde de verano, que jugaba en la plaza, y había una señora con ollas de barro, platos y tazas de loza, que las vendía a cambio de unas monedas o trapos y alpargatas viejas. Un día o dos a la semana, pasaba otra señora con un carrito de los de cargar agua, con dos bandejas de pescado.

- “Xiques, que duc peix fresquet” -decía la señora-, y las mamás salían con un plato y les daba el pescado que pedían.

- “Mira”, -decía a continuación-, “estas galeras te las regalo, para que hagas un buen arroz caldoso”.

Y así, atendiendo a una vecina y a otra, se iba alejando, dando voces ofreciendo su mercancía.

Pasaba también un señor, que arreglaba paraguas. Siempre lo miraba atenta, preguntándome cómo algo roto, que no servía, lo podía dejar como nuevo.

- “Yo también seré paragüera, cuando sea mayor” -me decía.

Aunque lo que más me gustaba de todas esas personas, que venían al pueblo de vez en cuando, era sin duda un señor que traía piruletas y unos molinillos de viento de todos los colores. El hombre, a voz en grito siempre decía lo mismo: - “Xiquets, ploreu que voladorets tindreu”. Al oírlo, salía disparada como una flecha y entraba en casa diciendo alborotada. – “Mare, mare, está el señor de los molinillos de viento y sólo cuestan cinco céntimos, “una perreta!”.

– “¡Uy cinco céntimos!, ahora no los tengo”, -decía la mamá-, pues sabía bien, como todas las mujeres de antes, lo que era ahorrar. Con esos céntimos y algunos más, se podía comprar sacarina para adelgazar, pues no había azúcar o algún otro producto de la farmacia, hilos para coser, pescado o cualquier otra cosa de las pocas que entonces hacían falta comprar. Las casas en los pueblos, se abastecían ellas mismas de carne y productos del campo.

- “Si no tiene el dinero, también quiere trapos y alpargatas viejas” -le decía.

- “¿Para qué les servirá eso? Cuando venga mi padre ya se lo preguntaré”.

Al fin mi madre sacó unos trapos y el vendedor me dio un bonito molinillo de colores.

Por otra parte, a los cinco años fui a la escuela. A los pocos días lloraba como una magdalena. ¡No quería ir a la escuela! Y aunque mi madre no paraba de decirme que estaría bien y aprendería muchas cosas; ¡Yo no hacía más que berrear! ¡¡Qué no quería ir!!

Pensaba en lo que había visto el día anterior. La maestra había pegado y castigado a una niña por coger el lápiz con la mano izquierda y yo no estaba segura de cual era la izquierda o la derecha. ¡No!, ¡No quería ir!, y los lloros iban en aumento. Me sentía muy angustiada, sabía que algún día cogería el lápiz mal y la maestra me castigaría.

Al llegar al cole, me fijé con qué mano cogían el lápiz mis compañeras, chasqueé los dedos y comprobé que lo hacía mejor con la misma que ellas lo sujetaban y escribían. Respiré tranquila, ahora ya sabía con qué mano coger el lápiz. ¡Con la mano de chasquear los dedos!

Ese día llegué a casa contenta. Por lo menos había aprendido algo que al parecer era muy importante.

Además, aquella tarde, pasó la banda de música, tocando el pasacalle. Fui detrás saltando y brincando, como los otros niños. Mi madre, al ver que había desaparecido de los alrededores de la casa, me buscó por todas partes, hasta que una vecina le dijo que iba detrás de la banda de música.

- “¿Por qué te has ido tan lejos? ¿ Y si te pierdes?”

- “Cómo me voy a perder si voy con los músicos y ellos conocen el pueblo” -así le dije.

Este era un buen razonamiento para mí, ¿y cómo podía resistirme a ir detrás de la música?

Finalmente, aquellas navidades, mis padres decidieron ir a vivir a Barcelona. Le había llegado a mi padre un contrato de trabajo. Aquel año 1951 todo cambió para mí.

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