SESIÓN I: TEMPUS FUGIT IRREPARABILE. Vuelve a pasar por el corazón, pero CARPE DIEM!
Recuerdos de aquellas tardes de verano
Tempus fugit irreparabile. Hace unos años, aún recuerdo con cariño aquellas noches tórridas, aquellas en las que no se movía ni una chispa de aire que las pudiera hacer mínimamente soportables de verano en la que los vecinos de mi calle salíamos a la fresca.
Las penurias económicas que imperaban en gran parte de las familias no daban para mucho y menos para ir a una terraza de los bares a "tomar el fresco" algún que otro día, de manera que, dependiendo en qué parte del pueblo vivieras, hacía más o menos calor, especialmente en algunos barrios era insoportable.
La gente sacaba unas cuantas sillas a la calle y hacía reuniones vecinales y allí se pasaban unas cuantas horas de tertulia con los vecinos, dando un poco de tiempo a que las habitaciones de la casa se refrescaran algo con el fresquito que empezaba a aparecer a aquellas horas de la noche, cuando el día dejaba caer sus últimos compases y comenzaba a caer lo que nosotros llamamos el “relente”.
Esta circunstancia provocaba dos situaciones:
Una, que la gente salía de su casa;
Y dos, que se relacionaba con sus vecinos.
Si trasladamos esa misma escena, la de las noches calurosas del estío a la época actual, puede observarse que la gente no se comporta de esa misma manera, sin saber estrujar el tiempo de la misma forma. (Carpe diem).
Porque:
Primero, no hay necesidad de salir a la calle. Basta poner el aire -acondicionado o no- para quedarse en casa, tan ricamente, leyendo un libro, viendo la tele o navegando por internet;
Y segundo, en el caso de decidirse a salir, el que más y el que menos suele contar con unos cuantos euros que le permiten poder tomar una cerveza en cualquier terraza de la ciudad.
(Hic et nunc), Aquí y ahora, vista así la cosa, podría dar la impresión de que se ha avanzado bastante en eso que se ha dado en llamar "calidad de vida", pero si lo analizáramos en detalle observaríamos que en realidad no es exactamente así; vamos, que no es oro todo lo que reluce.
Llegado el día, aquí y ahora, cáigase en la cuenta de que, en el pasado, la gente, gracias a que salía a tomar el fresco, no solo estaba al tanto de cómo lucían los geranios del balcón de fulanito, o si la vieja higuera, de la huerta que tenía menganito había dado buenas brevas ese año, sino que llegaba a conocer más a fondo a sus vecinos, estaba al tanto de sus logros y dificultades, y de su salud y sus achaques, de manera que se encontraba en condiciones de poder interesarse por ellos y echarles una mano si era menester, o de darles ánimo si es que estaban pasando por una situación adversa. Había una solidaridad no aprendida, se brindaba cualquier cosa que el vecino pudiera necesitar. (O tempora, o mores)
Hoy en día ignoramos la vida y milagros de nuestros vecinos, es más, ni siquiera los conocemos, a pesar de cruzarnos con ellos todos los días por el camino. Es tal la distancia que nos separa de ellos, que a veces puede dar la impresión de que viviéramos en países diferentes.
Lejos quedan aquellos tiempos, (tempus fugit irreparabile), en que iba con mi padre al cine de verano y éste iba dando las buenas noches a todos los grupos que tomaban el fresco. "¿Los conoces a todos?", le preguntaba yo, y él me respondía: "No, a casi todos, pero a nadie se le niega el saludo".
Tempus fugit irreparabile. Hace unos años, aún recuerdo con cariño aquellas noches tórridas, aquellas en las que no se movía ni una chispa de aire que las pudiera hacer mínimamente soportables de verano en la que los vecinos de mi calle salíamos a la fresca.
Las penurias económicas que imperaban en gran parte de las familias no daban para mucho y menos para ir a una terraza de los bares a "tomar el fresco" algún que otro día, de manera que, dependiendo en qué parte del pueblo vivieras, hacía más o menos calor, especialmente en algunos barrios era insoportable.
La gente sacaba unas cuantas sillas a la calle y hacía reuniones vecinales y allí se pasaban unas cuantas horas de tertulia con los vecinos, dando un poco de tiempo a que las habitaciones de la casa se refrescaran algo con el fresquito que empezaba a aparecer a aquellas horas de la noche, cuando el día dejaba caer sus últimos compases y comenzaba a caer lo que nosotros llamamos el “relente”.
Esta circunstancia provocaba dos situaciones:
Una, que la gente salía de su casa;
Y dos, que se relacionaba con sus vecinos.
Si trasladamos esa misma escena, la de las noches calurosas del estío a la época actual, puede observarse que la gente no se comporta de esa misma manera, sin saber estrujar el tiempo de la misma forma. (Carpe diem).
Porque:
Primero, no hay necesidad de salir a la calle. Basta poner el aire -acondicionado o no- para quedarse en casa, tan ricamente, leyendo un libro, viendo la tele o navegando por internet;
Y segundo, en el caso de decidirse a salir, el que más y el que menos suele contar con unos cuantos euros que le permiten poder tomar una cerveza en cualquier terraza de la ciudad.
(Hic et nunc), Aquí y ahora, vista así la cosa, podría dar la impresión de que se ha avanzado bastante en eso que se ha dado en llamar "calidad de vida", pero si lo analizáramos en detalle observaríamos que en realidad no es exactamente así; vamos, que no es oro todo lo que reluce.
Llegado el día, aquí y ahora, cáigase en la cuenta de que, en el pasado, la gente, gracias a que salía a tomar el fresco, no solo estaba al tanto de cómo lucían los geranios del balcón de fulanito, o si la vieja higuera, de la huerta que tenía menganito había dado buenas brevas ese año, sino que llegaba a conocer más a fondo a sus vecinos, estaba al tanto de sus logros y dificultades, y de su salud y sus achaques, de manera que se encontraba en condiciones de poder interesarse por ellos y echarles una mano si era menester, o de darles ánimo si es que estaban pasando por una situación adversa. Había una solidaridad no aprendida, se brindaba cualquier cosa que el vecino pudiera necesitar. (O tempora, o mores)
Hoy en día ignoramos la vida y milagros de nuestros vecinos, es más, ni siquiera los conocemos, a pesar de cruzarnos con ellos todos los días por el camino. Es tal la distancia que nos separa de ellos, que a veces puede dar la impresión de que viviéramos en países diferentes.
Lejos quedan aquellos tiempos, (tempus fugit irreparabile), en que iba con mi padre al cine de verano y éste iba dando las buenas noches a todos los grupos que tomaban el fresco. "¿Los conoces a todos?", le preguntaba yo, y él me respondía: "No, a casi todos, pero a nadie se le niega el saludo".


















